martes, 22 de diciembre de 2009

LA PARADOJA DEL INFINITO
















Introducción


Descansa en el propio pensamiento de la razón humana su misma fuente de inquietud al encontrarse con indestructibles y terribles contradicciones que encuentra, ella misma, siempre que se dispone a explorar sus confines. Mientras más se interese en su ensimismamiento, más miserablemente abstracta se volverá y el remedio se convertirá en algo más terrible que su enfermedad.

Espacio y tiempo son los dos factores indestructibles dentro de su ser en sí mismo. La conciencia del hombre no acepta nada material fuera de estos dos “demonios”; y, al darse cuenta que nunca podrá escapar de ellos no se resigna a tan desdichado destino e intenta inventar seres que lleguen a él en su ayuda y hasta les da nombres simpáticos (dios, alma, reino de los cielos, etc.).

La siguiente paradoja intentará llevar al hombre que habita en la tierra a una comprensión singular del universo, de todo cuanto existe, de todo en tanto puede ser percibido por sus sentidos materiales y de toda la eternidad que le tocará “vivir” en su propia abstracción.


El Conocimiento Empírico

Es sabido por los más entendidos de las diferentes esencias del pensamiento humano que los sentidos que posee el hombre por facultades que le da su propia materia tienen por nombre: Conocimientos Empíricos (también llamados: a posteriori); conocimientos que, para explicaciones del presente ensayo, diremos que: le deben su inicio al uso que la razón le da a sus sentidos. Los sentidos (La vista, el olfato, el gusto, el tacto, el oído y; presentado en variadas proporciones porcentuales en diferentes conciencias personales, consideraremos aquí, para fines explicativos singulares del presente ensayo, a la intuición) conforman la herramienta con la cual la conciencia humana se hace de conocimientos desde el momento en que empieza su evolución material hasta que ésta, inminentemente, se vuelve obsoleta para ella. Junto con este colapso la reciprocidad dialéctica entre la materia y la conciencia se termina y cada uno toma distintos caminos.

Es fácil suponer que la materia, que se sabe es indestructible y no posee facultad para desaparecer sino que simplemente sufre transformaciones, toma caminos distintos a los de las abstracciones del pensamiento humano. Necesariamente, lo material, tiene que seguir ocupando un espacio y un tiempo en el universo sensible; al igual que, como ya explicaré en textos futuros, la razón humana también posee en resultados muy diferentes y extensivos hacia otras dimensiones sin dejar de pensarse en un espacio y tiempo también.

La conciencia humana posee también facultades que le son extrañas a la materia a pesar de que la primera percibe a la segunda en la dimensión de ésta; pero que, aún la conciencia, al no ser su dimensión lo suficientemente “atractiva” y, por el contrario, al ser demasiado mezquina para ella, busca en la materia el campo de acción para sus gigantescas capacidades de raciocinio que no encuentra en la propia.

Según estos conceptos podría decirse, con la autoridad que otorga la actualidad, de que: como es sabido que el universo que se sabe infinito (y que también debe tomarse como un objeto que aunque no podamos conocerlo en su ser en sí mismo debemos suponer que él, como objeto, sí se podría conocer en su ser en sí mismo) y está formado por infinitas partículas que encierran informaciones también infinitas (en el sentido que nunca podrán desaparecer) es un objeto a su vez formado por materia y que, en su infinitesimal conjunto también es una materia, y encierra una infinidad de partículas materiales hacia un destino también infinito. Se logra, dentro de la limitación del lenguaje, la conclusión de que: La materia es infinita y existirá, en su tipo de dimensión espacial y temporal, infinitamente.

A menos de que se otorgue veracidad a las teorías científicas que dan a los agujeros negros del espacio exterior el poder de desaparecer la materia, las partículas infinitamente pequeñas y las informaciones (teorías que ya han sido refutadas por sus propios inventores), la paradoja expuesta no encuentra aquí contradicción alguna ni abre puertas hacia ningún tipo de escepticismo que se le pueda atravesar.


El Conocimiento Puro

Se le dará este nombre al tipo de conocimiento que no haya tomado a los sentidos de la materia como fuente de información (también llamados: a priori). Estos conocimientos son el espacio y el tiempo de la dimensión de la materia, que a su vez, es también, en cierto modo (que con el lenguaje de la razón se hace casi imposible de definir y es comprensible ya que la razón no es necesariamente conocedora de su propia dimensión o que la ignora por ser tan “poca cosa” para su tremenda inteligencia y capacidad de conocimiento), dimensión propia de la conciencia. El conocimiento puro es totalmente perteneciente a la dimensión del pensamiento o razón humana, es ahí donde se encuentra su fuente; su principio infinitamente inalcanzable, y su infinito término interminable, aún después de la transformación de su materia (es decir, cuerpo con sentidos) que a la larga, con este conocimiento, resulta ser tan sólo un acontecimiento en una cadena de largos procesos concientes. No se puede tener certeza del espacio y tiempo en que estos conocimientos fueron creados o iniciados o si alguna vez hubo un espacio y tiempo para ellos.

Se sabe que las dimensiones de la razón son el espacio y tiempo y este raciocinio no puede concebir nada que no cumpla con las condiciones que su dimensión le exige. La razón humana, por tanto, es incapaz de pensar cosa alguna sin su respectivo espacio y tiempo. Prueba de esto es que aunque la razón humana suprima todos sus sentidos; y esto es posible, no podría suprimir el espacio y tiempo en el que existe por más que se esforzara en hacerlo y dedicara toda su eternidad a este fin. Los conocimientos puros son, entonces, la base de la paradoja del infinito porque: al no poder tener certeza del inicio de su concepción de espacio y tiempo no se puede tener certeza de si alguna vez tuvieron un inicio. Se puede suponer, con cierto grado de verdad, aunque no verdad absoluta (y con esto se demuestra que lo absoluto no es alcanzable ni por la materia, ni por los sentidos, ni por la razón humana) de que el espacio y tiempo del que no se puede abstener la conciencia, por lo tanto podría decirse que también su dimensión, existió infinitamente por siempre. Si los conocimientos puros son innatos, y ni la razón; y, menos aún, los sentidos de la materia, son capaces de conocer a ciencia cierta lo que su conciencia conoció en su dimensión antes de conocer lo que conoció empíricamente con su materia, entonces es imposible decir una verdad libre de escepticismo si se dice que se inició alguna vez o se que se conoce cuando se inició (o cuando terminará) porque decir y acertar en esa afirmación (si alguien se atreve a querer demostrar algo a ciencia cierta; es decir, sin lugar para la duda escéptica o duda racional, en este campo) tendría el mismo valor que podría tener la demostración, sin escepticismo y sin duda racional, de la existencia de dios.


El entendimiento como Conocimiento Puro

A estas alturas es posible procesar en el entendimiento humano la aclaración ya expuesta que expone a los conocimientos empíricos como receptores de la información proveniente del objeto exterior y que esta información es procesada en el entendimiento; que, a su vez, es regido por las leyes que le impone su propia dimensión. Dicha dimensión, irónicamente, no es totalmente conocida por el entendimiento humano ni por su razón, aunque podría decirse que conoce una parte de él, no es posible decir que la conoce en su totalidad; o, por lo menos, no puede ser explicada por las herramientas que posee (como por ejemplo: el lenguaje, la simbología, el inconsciente, etc.), porque estas herramientas fueron creadas para incorporarse y/o sobrevivir al mundo exterior, y no hay manera de culparlo por eso; y, al contrario, es totalmente comprensible, ya que, aunque la conciencia humana “elija” apartarse de sus conocimientos empíricos y sólo usase sus conocimientos puros no podría sobrevivir a tan inacabable aburrimiento: aburrimiento que por cierto, como explicaré más adelante, podría inminentemente llegar a envolver a la razón. El entendimiento, pues, tendrá su posición innata dentro de la gama de conocimientos puros. De esta teoría podemos inferir que la dimensión en la que se halla la razón, de la cual ya conocemos su incapacidad de concebir cosa alguna sin su relación con el espacio-tiempo; es decir, que el espacio-tiempo habita en la dimensión citada junto con ella, guarda también en su seno al entendimiento humano de las cosas aprendidas a priori y a posteriori.

El entendimiento podría considerarse también como una cosa en sí misma que, al no poder ser identificada en su ser por la ontología que se vuelve una arma obsoleta, puede tener dos explicaciones que van más allá de la metafísica. Estas dos explicaciones que trata de otorgar el raciocinio utilizando la herramienta del entendimiento para darle explicación, justamente, al entendimiento mismo, alega; por un lado, que el entendimiento es una cosa en sí misma y que por eso no puede ser conocido puramente por el conocimiento ni ninguna de sus herramientas. Por otro lado, se podría afirmar que el entendimiento se entiende a sí mismo y esa es la clave de su proceder consigo misma. Este tipo de proceder, que está perenne en todos los seres humanos, vendría a ser la clave o la forma en que las cosas en sí se entienden a sí mismas muy aparte de sus conocimientos empíricos.

En párrafos futuros se ofrecerán explicaciones más fáciles de comprender, inclusive, con ejemplos que cualquier persona con raciocinio puede lograr experimentar.


La Idea del Infinito

En muchos momentos de la historia de la humanidad, historia que ha usado a través de ella a todos los tipos de entendimientos puros y empíricos, la razón humana se ha elaborado a ella misma muchas interrogantes. Trataré de resolver la, para mí, más importante y significativa, y que podría dar explicación a muchas interrogantes del infinito.

¿De donde provienen nuestras ideas del infinito? La respuesta a esta pregunta podría ser la clave de todas las preguntas que el hombre se ha hecho con la finalidad de conocer lo absoluto.

Resulta, en ciertas circunstancias, tan fácil experimentar el infinito, y hasta podría decirse que puede realizarse con los sentidos; es decir, con los conocimientos empíricos de la razón, que hasta podría parecer la más infinita tontería de la existencia, pero es justamente ese calificativo el cuál otorgará al ejemplo su valor explicativo.

Suprima todas sus facultades sensibles; es decir, cierre los ojos, tápese los oídos, coloque su lengua en un lugar en el que saboree nada, no toque ni olfatee cosa alguna (el sentido de la intuición del que hablamos anteriormente se considerará relativo). Las circunstancias en las que quedará su materia le impedirán a su conocimiento reclutar información durante el lapso que sostenga este estado. Los conocimientos empíricos adquiridos hasta el momento no se borrarán, simplemente no seguirán sumando nada más. Notará que en ese estado es imposible adquirir conocimientos empíricos pero, aunque no se de cuenta, estará experimentando los dos conocimientos puros a priori; es decir, el espacio, el tiempo y el entendimiento.

Ese espacio oscuro que “verá” (el entrecomillado es porque estaríamos hablando de “ver” sin usar el sentido de la vista y esto suena inconcebible, pero es usado sólo para este ejemplo) será justamente eso: el espacio. Se dará cuenta que este espacio es entonces innato, no aprendido; es, en realidad, indestructible para la razón humana. Se dará cuenta que la razón no concibe la exclusión del espacio en su dimensión o forma de entender su propia naturaleza.

El tiempo, aunque a una razón no entrenada en la filosofía podría costar creerlo, también se encontrará allí. En este espacio, que se notará oscuro, también sucede un tiempo que denota su incapacidad para escapar del espacio; o, mejor dicho, que la razón no podrá, aunque se le eliminen todas sus facultades sensibles, eliminar el espacio y el tiempo para procesar su raciocinio y su entendimiento de la naturaleza. Ese espacio y tiempo no pueden ser eliminados de la conciencia y, además de eso, tampoco puede eliminar el entendimiento de su propia naturaleza y dimensión; es decir, su conocimiento de su cosa en sí.

Es posible ahora pensar que el entendimiento de la razón; es decir, su forma de procesar y entender los datos que el empirismo le da, se empobrece o, mejor dicho, “nace” empobrecida en un tiempo infinitesimalmente inicial en el que no se puede corroborar a ciencia cierta, desde el lugar en que ocupa nuestra razón y su materia, si alguna vez, en realidad, tuvo un principio o siempre existió, de esto se saca que la razón obtiene su idea del infinito porque en realidad ella es infinita ya que si no puede esquivar el espacio y tiempo, puede inferirse que no puede hacerlo porque es en esas dos dimensiones (que luego forman una sola) en las que existe porque es en esa dimensión en la que fue creada.

¿Y quién puede crear esa dimensión que explicaría el origen del espacio y tiempo en la conciencia humana? Pues, simplemente el mismo espacio y tiempo que a estas alturas se nos revela como la única pudiente de esta acción. Y si es espacio, propiamente dicho: el universo, es la más grande expresión del espacio, se infiere también que es la creadora del espacio y tiempo de la materia en la que se piensa la razón. El tiempo, que también habita infinitamente en el espacio, o en el universo, procede de este también.

Entonces, si el universo es infinito en principio y en fin; luego, no conocemos el origen de la razón humana en dialéctica con nuestra concepción de espacio y tiempo, entonces, fácilmente, podemos enganchar esta idea del infinito con el infinito en sí.

Porque si analizamos el ejemplo anterior podríamos darnos cuenta que la imagen que tenemos de la naturaleza cuando suprimimos nuestra actividad sensible es infinita. Ese espacio que se ve cuando esquivamos nuestro sentido de la vista es un espacio que, aunque no lo crea, es infinito y no es esquivo, tampoco, a la dimensión del tiempo.

De esta manera puede la razón entenderse como un ser en sí mismo incapaz de suprimir sus conocimientos puros, de esta afirmación (ya probada) se infiere que también sería incapaz de saber en qué momento del tiempo le fueron otorgados estos conocimientos o por lo menos es incapaz de explicárselo a sí misma por medio del lenguaje innato de la materia que la razón posee.

Es comprensible que el lenguaje, que no es otra cosa que una herramienta innata de la materia que la razón posee; materia que, si bien es infinita en un espacio y tiempo determinado, no es infinita en el estado en el que la razón la conoce, no puede ver más allá de lo que le dejan ver sus limitaciones dimensionales. Es decir que la materia que la razón posee no puede, por medio del lenguaje, explicar su ser en sí mismo y tan solo se limita a entender su propio entendimiento.

Por medio de estos métodos se sirve la razón humana y se da a sí misma ideas del infinito en tanto y en cuanto estás se encuentran en ellas desde un principio infinitamente infinito. Ahora, ¿qué sucederá cuando la razón humana pierda su materia junto con todas sus facultades sensibles y herramientas dimensionales? La única respuesta a este interrogante se encuentra en la base de su propio principio, ya que si una razón humana siempre existió, el lógico pensar que seguirá existiendo aún sin sus facultades sensibles. Estás facultades, como ya sabemos ahora, no podrán servir a la razón eternamente porque dependen de una materia que cambia de estado y no siempre es útil a ella. Entonces, luego de que la razón se separe de su materia (y de sus facultades sensibles), y al no ser destructible la información ni la materia en sí (sino que cambia de estado), y al no ser destructible, tampoco, la conciencia humana, esta “existirá” simplemente en su dimensión más simple de espacio-tiempo-entendimiento junto con sus recuerdos que le habrán dejado su paso por la materia. Esta existencia, claro, será la más triste de todas las existencias posibles y está condenada al aburrimiento eterno. Nadie que haya habitado la dimensión de la razón y su materia, sea conciencia de hombre, animal o vegetal y todas las conciencias que haya en el mundo (inexplicables debido a que no podemos conocer su ser en sí mismo), podrá librarse de este destino.


El Mejor Regalo es No Haber Nacido

Las explicaciones hechas dejan al descubierto el camino que el entendimiento debe andar para dar explicaciones a todas las ideas que provienen del infinito. Estas son: Lo absoluto, lo omnipresente, lo omnipotente, lo perfecto y lo omnisciente. Todas estas cuestiones que se hace la razón humana son respondidas al investigar el principio infinitesimalmente infinito de la misma.

Durante el tiempo en el que la razón no poseía conocimientos empíricos; es decir, durante su principio infinito, sólo poseía sus conocimientos puros. Esos conocimientos puros son el espacio, el tiempo y el entendimiento o forma de procesar la información. Este entendimiento, en el estado primitivo que tiene todo entendimiento al no poder usar las facultades sensibles que la materia le puede otorgar, se encontraría, entonces, en un estado tan primitivo que le sería obsoleto a la dimensión en la que habita.

Aunque no se le develaría nunca, en ese estado, a la conciencia, la naturaleza exterior que tiene también un ser en sí mismo; y, se podría incluso decir, una dimensión extraña para todo aquel que no sea él, no quiere eso decir que carezca de naturaleza, sino que su naturaleza es justamente esa. Esa visión que tiene la razón cuando suprime su actividad sensible (es decir, ese espacio y tiempo que se “ve” cuando, por ejemplo, se cierran los ojos) es la naturaleza de la conciencia humana liberada de su sensación, así que no se podría decir que carece de naturaleza.

Ahora, esa naturaleza también tiene su respectivo entendimiento que se convierte en una herramienta obsoleta incluso antes de su uso, demasiado pobre y hasta superflua; esto construye la idea antes explicada del aburrimiento y condenación a una existencia triste fuera de toda experiencia sensible ya sea antes de adquirir recuerdos e informaciones (aunque sería un destino menos triste) o luego de tener capacidad empírica y adquirirlos.

Las otras ideas del infinito son explicadas ahora de una manera sencilla porque toda razón que aún no adquiera facultades sensibles aceptará su propia naturaleza que es absoluta debido a la sencillez de su natural-dimensión, en la que también es omnipresente porque puede estar en todos lados de su terriblemente sencilla natural-dimensión. Al no tener ni un ápice de posibilidades de “hacer algo” se convertirá instantáneamente, la razón humana, en algo omnipotente, es lógico también que en esa natural-dimensión “de la nada” lo perfecto estaría por defecto en todo lo que hubiera. Y la razón, única en su especie en esa natural-dimensión sería, infiriendo simplemente, omnisciente, ya que, a nuestro entendimiento, no habría “nada” que hacer.

No es posible explicar con palabras tan complicada situación porque tampoco podríamos decir que la situación en la que se encontraría la razón en esas circunstancias sería aburrida (colapsa el lenguaje) ya que no la conocemos en total, o si la conocemos, no la conocemos en su dimensión o en su estado final de explotación y tampoco la podríamos conocer porque, tal vez, la vida material no nos alcanzaría para luego contar a las demás razones en qué terminó nuestra búsqueda. Además, el lenguaje natural e innato de la materia de la razón llega a colapsar en este caso, prueba de ellos es que en líneas anteriores se trata de explicar algo con palabras insuficientes para explicar lo inexplicable (como por ejemplo: “la nada”) por motivos del colapso del lenguaje.


Evolución

Esta paradoja es totalmente posible de fusionar con teorías que otras razones plantearon en investigaciones a través del tiempo como las teorías que explican la evolución de las diferentes materias del universo.

Las razones humanas son diferencias de una infinita infinidad de razones que pueden habitar en una infinita infinidad de dimensiones que existen sin necesariamente ser compatibles entre sí. Estas razones o pensamientos que se entienden a sí mismo por medio de usos propios de sus facultades usables en sus propias naturales-dimensiones no esquivan, de ninguna manera, su existencia a la evolución que les otorga el tiempo; luego, como el tiempo es incapaz de separarse del espacio y de el entendimiento (o forma de entender para sí mismo su objeto en sí), y como no sabemos si existe un solo espacio y tiempo o si existen varios en diferentes dimensiones (se sabe que la razón humana sólo puede conocer una, que es la suya) inferiremos que todas estas razones existen y evolucionan en el mismo espacio y tiempo en el que lo hacen todos. Entonces, así explicamos el por qué de los diferentes caminos de la evolución de la materia ha tomado diferentes caminos en toda la historia del universo; o, como también se podría llamar, la historia del infinito.

No hay contradicción que indique separación alguna de la materia sensible de la razón con la historia de todo el universo conocido. Bien podría ser nuestro estado actual de la materia una etapa de la evolución misma, que de por sí es ya un camino bastante largo; o, el fin de su etapa evolutiva.

Sabemos por convención que el tiempo es una dimensión que no detiene su avanzar; o, por lo menos eso es lo que la conciencia humana percibe de tal dimensión. De este tipo de avanzar se infiere que el universo, infinito como lo conocemos, no detiene su expansión ni sus “fronteras” expansivas. Sabemos que el universo está expandiéndose en vez de estarse contrayendo porque de lo contrario no podrían existir seres con raciocinio como el de los seres humanos actuales, sino que tendrían que tener una mentalidad “contractiva” debido al universo en contracción que se supone tendrían. La ciencia ha logrado llegar a conclusiones muy aceptables que indican claramente a la razón las propiedades del universo en el que vive y ha hecho notar grandemente las facultades con las que el hombre ha vivido y tendrá que vivir durante toda su existencia, aceptando el destino que le ha sido impuesto por la propia naturaleza.

La naturaleza supone un comienzo ordenado, pero en le camino de su evolución supone haber sentido la necesidad de desordenarse para mantener su existencia en el tiempo, si esto no hubiera sido así simplemente la raza humana no habría existido. Las diferentes direcciones en las que el tiempo ha ido desordenando la naturaleza durante su etapa evolutiva son tres: La dirección termodinámica, que es la dirección del tiempo en la cual el desorden aumenta; la dirección psicológica, la dirección del tiempo según la cual el hombre recuerda el pasado y no el futuro; y la dirección cosmológica, la dirección del tiempo en la cual el universo se expande en vez de contraerse. Debido a que no podemos ordenar el desorden que se establece en la naturaleza por la dirección termodinámica del tiempo, no podemos tampoco recordar el futuro aunque sí el pasado. Estas dos direcciones están unidas fuertemente y casi no podrían existir por separado. La dirección cosmológica es lo que va a brindar el signo de verdad absoluta de las dos anteriores porque si esta no fuera así las dos anteriores no podrían tener sustento. Es decir, el hombre podría recordar el futuro si el universo no estaría expandiéndose en la dirección misma en la que la termodinámica avanza.

El desorden del universo, más allá de determinar si su inicio fue ordenado o no, avanza infinitamente hacia el desorden universal y no parece tener meta ni fin más que el mismo desorden que se produce a sí mismo, y mientras más trata la conciencia de acercarse a la comprensión de esa infinidad de desorden, mucho más se desordena el universo e, incluso, a él mismo. Explicación: Si un hombre recuerda, por ejemplo, cada palabra de este ensayo, su memoria habrá grabado alrededor de aproximadamente 500 mil unidades de información: el orden de su cerebro habrá aumentado aproximadamente 500 mil unidades. Pero, mientras ese hombre ha estado leyendo el ensayo, tendrá que haber convertido por lo menos 500 calorías de energía ordenada, en forma de alimento, en energía desordenada, en forma de calor que el cuerpo cede al aire a su alrededor a través de convención o sudor. Esto habrá aumentado el desorden del universo aproximadamente diez millones de billones de veces el aumento del orden en el cerebro del hombre. Así sucede también con la reproducción de materia, los cambios a gran escala del universo, los movimientos de galaxias, etc. De la misma manera sucede todo el toda la naturaleza de la materia; y, como el universo en todo materia y energía, el universo está condenado a estar inherentemente desordenándose infinitamente durante toda su existencia.


La Existencia de Dios








Imaginar un ser, calificativo que también se le podría dar a la razón, infinitamente facultado de infinitos poderes sobre la existencia, con lo ya explicado, no es imposible para la razón humana porque, en un sentido metafísico (otra vez notamos aquí que el lenguaje colapsa), “existe” en los más infinitos confines de la misma. Aunque no se pueda demostrar sin escepticismos si la razón conoció un método de comunicación en su estado primario para obtener comunicación con otras razones; o si tal vez, podría ser que ella misma es un todo, se podría inferir que a través de la historia del tiempo la razón habitó siempre en su dimensión incomunicable con las demás: esto nos abriría una puerta a la explicación psicológica del por qué la razón humana vive en el mundo material sin aislarse de otras razones humanas aunque pudieran ser muy diferentes a él en el modo de manejar la herramienta del entendimiento. Podría deducirse lógicamente que el “aburrimiento” que la razón experimentó antes de conocer el mundo empírico, o mundo de comunicación dialéctica con otras razones u objetos en sí mismos, fuera tan terrible, inconscientemente (y aunque ignore ese paso del tiempo en su ser en si mismo), desee no volver a vivirla jamás. De aquí se podría obtener una explicación a los sentimientos del “alma”, que es una invención de la razón dentro de un lenguaje (que proviene de la materia) que colapsa, como lo son, por ejemplo, el amor.

Para la razón dependiente de su sensibilidad se le hace totalmente imposible para su ser en sí mismo, por medio del lenguaje, explicar sentimientos del “alma” tales como el amor. Prueba de ello es que no logra, la razón y su ser, comprender empíricamente el absoluto y simplemente le arrima todas las ideas que no puede comprender a un ser, “creado” por él, llamado Dios. Otra prueba es que nunca se podrá comprender por medio del lenguaje ni por medio del empirismo al supuesto Dios, porque no se puede comprender su existencia si es que no se conoce lo que es (y ni qué decir de poder conocer su ser en sí mismo si ni siquiera podemos conocer el ser en sí de los objetos que nos rodean).

Todo intento de acercamiento al ser absoluto se convertirá en un círculo infinito sin explicación, ya que, si para llegar a él se preguntó quién inventó a quién hasta llegar a él, la razón se encontrará con el infinito del que viene ya que no podrá explicar quién lo creó a él; es decir, quién creó a Dios, y se limitará a decir que siempre existió pero, no se dará cuenta que, esa limitación no pertenece a su ser en sí mismo (ya que este es el infinito) sino al lenguaje de su entendimiento que se basa en la dialéctica o comunicación con los objetos del espacio-tiempo en el que habita.

Así como no es inválido el afirmar que la razón humana posee ideas del infinito porque existe un infinito, así también, es inválido decir que no existe un infinito simplemente porque la razón humana no puede llegar a ella. No se trata de probar la existencia o no existencia de un ser supremo en este ensayo, lo que se trata de hacer notar es que es imposible afirmar o descartar algo acerca de esa existencia desde el punto de vista que la razón humana nos da.

A continuación, una demostración de que las ideas producidas por los sentidos pueden ser correctas pero no, a la vez, reales. Es decir, que lo correcto no es igual a la realidad.

Supongamos que el señor Pérez está manejando su auto junto a su hijo de cinco años por la carretera y se encuentran con caballos, ciervos, casas, graneros y montañas. El señor Pérez le va diciendo a su hijo los nombres de todos los objetos que ambos van viendo a través del viaje. Pero supongamos que el granero que vieron a la distancia no era en realidad un granero sino que era un enorme cartón pintado como imitando la fachada de un granero común pero que visto a la distancia parecía, en realidad, un granero. Los dos personajes nunca supieron que ese granero era en realidad un cartón pintado que imitaba la fachada de un granero convencional, sin embargo, para su razón, en ese camino y en ese espacio-tiempo observaron un granero convencional. Las ideas que ellos se pueden formular de esa experiencia son muchas, y siempre será verdadero para ellos. Nunca sabrán que en realidad lo que tomaron como granero ese día no era un granero de verdad. Ahora supongamos que toda la humanidad desaparece de la faz de la tierra menos el hijo del señor Pérez y su esposa; que, luego de un tiempo vuelven a formar otra humanidad con sus descendientes. Supongamos que el hijo del señor Pérez le contó a su esposa acerca del día en que estuvo con su padre en la carretera y vio el granero a lo lejos, entonces la idea correcta para él pasa a ser una idea correcta para ella también. Ahora supongamos que la pareja hace saber a sus descendientes acerca de ese día en la carretera y todos los demás miembros de su familia adquieren de esta forma la idea correcta para ellos pero irreal para el espacio-tiempo en el que sucedió y/o la realidad misma, si se quiere. Supongamos que, como de la pareja se formó una nueva humanidad, todos los habitantes del planeta; es decir, todas las razones humanas del planeta, recibieron esta información de sus antecesores a lo largo de muchos años con el paso de millones y millones de generaciones. Para toda la humanidad que habita el planeta entonces la idea de que alguna vez el señor Pérez y su hijo vieron un granero en la carretera es correcta y fue real, pero para la realidad verdadera no fue real en ningún tiempo-espacio, nunca. Ya no quedará en el planeta nadie que pueda certificar la realidad de los hechos que sucedieron pero, al no tener motivos para dudar, la idea se dará por establecida como verdad real sin opción a ser refutada. La idea no real se convierte entonces en una idea real al no poder ser refutada por escepticismo alguno. Si una de las ideas imposibles de ser refutada; como por ejemplo: el pensamiento, porque, nadie puede pensar que el pensamiento no es pensado; es decir, nadie puede pensar que no piensa (la contradicción del pensar se convertiría en un pensamiento más) es una idea considerada como real desde hace mucho siglos, el error del ejemplo pondría en manifiesto lo peligroso que resulta el mismo hecho de pensar que lo real podría ser solamente una captación de la razón humana a través de su facultad sensible.

La ciencia es una de las herramientas de las que se basa la razón humana para poder explicar todos los misterios del universo; sin embargo, no ha sido posible incluir a ningún ser supremo en ninguna de sus teorías, así como tampoco ha sido posible negarlo sin escepticismos que se opongan.

En el caso de que exista o que en algún punto del tiempo haya existido un ser creador de todo el universo, éste tiene que haber creado el universo en algún punto del espacio y del tiempo. O, también podría decirse que él mismo fue el creador del espacio y del tiempo, en caso de que haya sido así, él tendría que habitar (si es todavía “vive”) en una dimensión en la que no exista el espacio ni el tiempo, porque: ¿cómo es posible que él haya creado un espacio y un tiempo sí ya existían? Él tendría que haber creado un universo y también tendría que haber creado un espacio y tiempo para ese universo, si es así, entonces, él podría estar en algún lugar fuera del espacio y del tiempo (y por ende, también del universo). Esta tendría que ser la única forma en la que un dios podría estar existiendo o podría haber existido.

Junto con la creación del universo y el espacio-tiempo, dios tendría que haber creado todas las demás leyes físicas que rigen dicha creación y con ella la “materia abstracta” (razón humana) que algún día llegaría a descubrirlas y hasta manejarlas. Todo esto parece empezar a tomar sentido cuando descubrimos que las leyes de la física colapsan a la hora de tratar de formular teorías para explicar el origen del universo. Estas líneas deberían de guardar una información vital para toda razón humana que desee sostener la existencia de un ser divino con cualidades perfectas e infinitas, creador del universo y de todo cuanto existe. Pero: ¿son acaso estas teorías demostrables razonablemente? La respuesta es: no.

Los avances de la experimentación científica sostienen la existencia de un universo expansible; es decir, que no está inmóvil sino que sigue expandiéndose a través de todo el espacio-tiempo infinito. Si es así, el universo tendría que haber comenzado en algún punto del tiempo dicha expansión aunque tampoco invalidaría la idea de un creador.

Pero lo más importante a la hora de formular cualquier teoría científica o filosófica es tener mucho cuidado de no entrar en contradicciones y tener la capacidad de vencer hasta al escéptico más radical. Frente a esas teorías indemostrables a través de la experiencia cabría una duda razonable. ¿Y si no es que se inició nunca el tiempo y espacio sino que siempre existieron? Si el espacio y tiempo siempre existieron; es decir, que su principio es infinitamente anterior a todo, entonces no cabría lugar alguno para un creador porque él también tendría que estar subordinado al espacio y al tiempo. Y, si él está subordinado al espacio y tiempo, entonces también tendría que estar subordinado a las leyes que la rigen. Luego, ya no podría ser tan infinito ni tan perfecto como se dice ser.

Otro problema que se presenta a la hora de tratar de entender el inicio del universo es la ley que nos dice que si el universo fue creado en algún punto del espacio y tiempo, o si, inclusive, fue creado junto con ellos, entonces todo suceso es predecible en el espacio-tiempo debido a que tuvo ese principio. Si una materia primaria (sea el punto infinitamente pequeño, la evolución del átomo de hidrógeno o la creación divina) fue el punto de partida de todo cuanto existe, entonces, según la ley de la relatividad general, toda la historia del universo podría ser conocida desde dicho principio hasta su futuro infinito. Esta teoría tampoco excluiría totalmente a un creador y sería la solución a toda la ciencia que a lo largo de toda la historia de la humanidad ha buscado una teoría unificada completa que logre explicar y entender todo el universo. Pero, si realmente existiera una teoría unificada completa que logre determinar lo que sucedió y sucederá a lo largo del tiempo, ésta también determinaría presumiblemente nuestras acciones. Así, la teoría misma determinaría el resultado de nuestra búsqueda de ella. Entonces cabría lugar a una paradoja: ¿Por qué debería dicha teoría determinar que llegáramos a las verdaderas conclusiones a partir de la evidencia que nos presenta? ¿Es que no podría determinar igualmente bien que extrajéramos conclusiones erróneas? ¿O incluso que no extrajéramos ninguna conclusión en absoluto?

Ahora bien, si la razón humana habita en el espacio-tiempo y tiene que cumplir con todas las leyes que el universo le impone; entonces, ¿cómo podría entenderse razonablemente, ya sea con los conocimientos empíricos o puros, a un dios que no habita en las dimensiones de la materia y de la razón? Toda afirmación que la razón humana se haga acerca de la existencia o no existencia de tal ser no podrían ser demostrados con ninguno de sus razonamientos. Pero, si no existe dicho ser supremo: ¿de donde provienen entonces las ideas del infinito que atacan a la razón humana? La respuesta podría encontrarse en la paradoja del infinito, el cual pretende explicar este ensayo, y que cada vez toma más cualidades de teoría según las leyes razonables de la materia de la razón humana. Ya que: Si todo el universo, con si principio infinito y su final infinito, son, en sí, materia, porque al fin de cuentas está formado por partículas sub-atómicas (con separaciones de millonésimas de milímetros) y sustancias materiales como el hidrógeno del cual se extrae la teoría del Big Bang, entonces, bien podría la razón humana haber habitado siempre en el universo como un tipo de energía desconocida aun para la materia en sí, y que, al fin de cuentas, es materia porque, como ya conocemos, la energía es un tipo de materia en potencia.

De este modo se podría librar la razón humana de la necesidad de un creador, aunque sin lograr librarse todavía de contradicción alguna, ya que al ser una teoría no podría ser a la misma vez un teorema. Aunque, poéticamente hablando, se podría decir, con la autoridad que la ausencia de una síntesis otorga, que el universo podría haber creado la razón humana para tratar de conocerse a sí misma como objeto en sí. Esta teoría no encontraría contradicción con las teorías aceptadas hasta hoy ya que también se podría deducir razonablemente de esta que la predicción es una de sus características. Porque, si el universo tuvo un principio infinito y existió en todo ese infinito con su espacio y su tiempo entonces tuvo que haber iniciado todo cuento existe (junto con la razón humana) en algún punto del espacio y del tiempo, y si es así, entonces si podría ser todo determinado.

Según la teoría de los cuantos el universo no es determinado sino que se encuentra en una expansión infinita y nunca podría darse, por ejemplo, un espacio y tiempo igual al anterior, sino que tendrían que ser infinitamente siempre diferentes. Pero, si eso es así (y parece que en realidad es) no habría problema alguno en aceptar la paradoja del infinito como una tesis (por no poder librarse de una antítesis) ya que ésta solo necesita para ser aceptada un simple espacio y tiempo en algún lugar del infinito, sea este determinado (es decir, predecible) o indeterminado (es decir, que se rige también por las leyes de la física cuántica).


Historia del Espacio-Tiempo

Las diferentes formas de materias han sufrido, a lo largo de demasiados años, un proceso evolutivo que en la actualidad tiene su más sereno descanso en las bases que la ciencia moderna le da para ese fin.

La materia de la razón humana es producto de una fusión de otras materias químicas que a través del tiempo han ido evolucionando continuamente, estas sustancias químicas, que también son materia, son producto de los demás diferentes tipos de materia que existen en nuestro sistema solar. Luego, nuestro sistema solar también tiene una explicación para su inicio: el famoso Big Bang.

El Big Bang no sólo pertenece a nuestra galaxia sino que se ha producido y se seguirá produciendo infinitas veces a través del tiempo infinito. Pero, ¿qué provocó el Big Bang? Esa pregunta quiso obtener su explicación hace muchos años mediante la también famosa Teoría de las Cuerdas.

Con los avances de la ciencia moderna, la filosofía no se desbarata ni colapsa sino que toma esas informaciones como herramientas y las añade al poderoso entendimiento humano que, como ha sido demostrado antes, se nutre de ellas. El entendimiento o forma de procesar la información de la razón ahora tiene más herramientas con las cuales dar respuestas a las preguntas que se hizo durante mucho tiempo.

Si el espacio-tiempo; es decir, la dimensión del hiperespacio es lo que las diferentes teorías de la ciencia han dicho, entonces la paradoja del infinito obtiene todas sus respuestas y engancha perfectamente con ella hasta donde la razón ha podido explicar su formación. La materia, según las teorías científicas, forma y tiene el control de todo el hiperespacio cósmico y, en resumidas cuentas, el espacio y tiempo del hiperespacio es, al final de todo, una infinitamente enorme masa de energía que existe en todo cuanto es todo. Todo explicable gracias a la famosa fórmula de la ciencia.

E = m c2

La energía o fuerza es equivalente a la materia o masa que la produce multiplicada por su velocidad al cuadrado; y, viceversa. Como esta formula ha sido ya demostrada, no existe ninguna razón para creer poder salir airoso si se decide emprender una meta cuyo fin sea el refutarlo. Finalmente la materia, de la cual dependen los conocimientos y las herramientas del entendimiento humano, obtiene la explicación de su inicio aunque todavía no la posibilidad de refutar la existencia de dios.

En la actualidad la razón posee muchas respuestas a numerosas preguntas que se hizo ella misma a través de toda la historia de la humanidad, pero, esas respuestas, no dejan de ser válidas sólo desde el punto de vista subjetivo de la misma; o, si se quiere opinar desde en punto de vistas filosófico-científico (es decir, basándose, por ejemplo, en la Teoría de la Relatividad General) se puede llegar a eliminar la subjetividad y considerar a la razón la madre de la existencia material de la materia; y, por lo tanto, la razón vendría a tener también un punto de vista objetivo simplemente porque sería un objeto más.

Para dar una explicación a esto es necesario remontarse en el tiempo hasta el inicio de todo cuanto existe para nuestros sentidos y todo cuanto “formó” la razón humana.

Según la Teoría de las Cuerdas, que hasta ahora no puede convertirse en teorema, el universo y el hiperespacio poseen once dimensiones y estas dimensiones habitan en el universo que en sí una gran membrana (según la Teoría M), esta membrana habita en un hiperespacio lleno de más membranas; es decir, las membranas representan a los universos y la gama de membranas son los llamados universos paralelos del hiperespacio. El Big Bang proviene del “choque” de las membranas (que abarcan las once dimensiones), porque ese “choque” es el gran despliegue de energía que formó la materia con la cual se formó nuestro sistema planetario y los demás cuerpos del universo, porque, como ya sabemos, la energía existe en la cara de una moneda en cuyo reverso existe la materia. Estas teorías encuentran su columna vertebral en la famosa Teoría de la Relatividad General que dice que la energía no es diferente que la materia, sino que son la misma cosa. Finamente, según estas teorías, podríamos inferir que la materia no fue creada sino que siempre existió en el hiperespacio en un principio infinitesimalmente infinito. Pero: ¿Quién creó entonces la materia o energía que están en las membranas de las once dimensiones del hiperespacio? Las preguntas de la razón humana son simplemente infinitas.

Pero la paradoja del infinito no encuentra contradicción en las teorías de la ciencia sino que, muy por el contrario, se topa con su complementación. Si la razón humana en su estado primitivo pudo habitar siempre en las membranas y partículas del hiperespacio no puede conocer una realidad absoluta ni, por lo tanto, tampoco una contradicción; sino que descansa ahí como esperando que alguien le de una respuesta aunque esa respuesta sea tan difícil de conseguir y, a la vez, tan valiosa que se podría dudar de que llegue algún día a nuestra dimensión, ya que, sería su equivalente a obtener una respuesta basada en la realidad de la existencia de dios o del conocimiento de lo absoluto y perfecto.


Energía y Masa

La indestructibilidad de la materia, cuyas leyes descansan en la naturaleza y en la ciencia de la razón humana que se vale de sus sentidos, se convierte, así también, en un refugio de la paradoja del infinito en caso de amenazarle la contradicción o escepticismo alguno.

Los fenómenos paranormales se han presentado en la historia de la humanidad a través de todos los espacios-tiempos y, aunque están llenos de poderosas refutaciones escépticas, no es posible ignorar que numerosas conciencias han captado estos fenómenos a través de su actividad sensible y, claro está, también han sido procesados por los diferentes modos de entendimiento humano.

Si la materia es indestructible; y, luego, materia es lo mismo que energía, entonces, la energía es también indestructible. Y, si la materia es captada por los sentidos de la razón humana; entonces, es posible que también la energía sea captada por los sentidos de razón humana. Luego, si la materia en la que existe la razón humana es indestructible y; la razón humana (por explicaciones dadas en este ensayo) podría ser también indestructible e infinita, entonces, la energía de la razón humana (que al tener materia significa que también tiene energía) también podría ser indestructible. Pero, Si bien sabemos en que forma se presenta a nuestros sentidos la materia de otras razones humanas: ¿de qué forma se presentaría ante nuestros sentidos la energía de otras razones humanas? La respuesta a este tipo de preguntas parece encontrarse en los diferentes tipos de iconos que a través de la historia se han creado para simbolizar lo que los diferentes tipos de razones humanas podrían haber captado en algún determinado espacio-tiempo con la actividad sensible que su materia les da.

Los diferentes tipos de simbologías que las conciencias humanas han tratado de dar a lo largo de la historia con la finalidad de documentar las supuestas actividades sensibles que trabajaron en el espacio-tiempo en las que supuestamente las captaron parecen tener sentido una vez que se estudia a fondo lo que puede y no puede suceder en el mundo sensible de la materia.

Si la facultad sensible se dificulta en su accionar al intentar captar y/o funcionar correctamente a la energía de otras razones humanas, bien puede ser una muestra de lo dificultoso que puede resultar intentar escapar de una dimensión para investigar otra, o del camino casi imposible de atravesar, pero no por eso totalmente imposible, que existe entre una dimensión y otra.

La paradoja del infinito encuentra otro posible medio de aceptación en esta teoría. Si las apariciones hacia las razones humanas que hacen los diferentes tipos de energía de la razón humana son captables por los sentidos, quiere decir que existen en una dimensión de espacio-tiempo cercana a la misma dimensión en la que existe la materia. Y, si aún después de abandonar la razón su materia sigue “existiendo” en estos tipos de energía, de algún modo, sensible: estaría naciendo una solución a la contradicción que el escepticismo podría poner frente a la paradoja del infinito. Finalmente, la razón seguiría ocupando un espacio-tiempo en una determinada dimensión, con sus recuerdos; es decir, con todo lo aprendido mediante la experiencia que su materia y sus facultades sensibles le dieron, durante toda la eternidad.


Ideas Absolutas

Así como no se conoce lo infinitésimo ni lo infinito del universo, sino que sólo se sabe que tuvo y tiene esa característica, las estrellas también entran a calar hondo el camino que tiene el entendimiento humano para explicar y entender todo cuanto existe. Todo cuanto existe, a su vez, parece ser demostrable a la razón con la Teoría de la Relatividad General. Porque, bien podrían ser las estrellas parte de nuestra naturaleza racional así como todo el universo en general.

La paradoja del infinito no encuentra una antítesis cuando se le pone frente a la Teoría de la Relatividad General con la que bien podríamos explicar el porqué de la existencia de la tesis paradójica no encuentra síntesis alguna en la cual sintetizar. Las estrellas, y su existencia en el espacio-tiempo, demuestran que elementos como la luz también son un tipo de sustancia de la materia potencialmente existente como objeto en sí. Porque: ¿por qué no llega a nuestro sistema planetario la luz de las estrellas del universo si se sabe que la luz viaja a una velocidad sorprendente (300,000 kilómetros por segundo) en el espacio vacío (sin oposición)? Si los fotones de la luz no fueran una materia en sustancia, así como todo cuanto existe en el universo y hasta el universo mismo, entonces llegaría a nuestro sistema planetario y: ¡Nunca sería de noche!

La explicación se halla en la velocidad. Una de las leyes físicas demuestra que mientras un objeto (materia) adquiera más velocidad, es decir, mientras menos tiempo le ocupe ocupar más espacios, ese objeto creará energía por sí solo; y, como la energía es igual a la materia esta deberá ser sumada a esta (la más simple operación matemática), entonces, la luz se convierte en un objeto con mucha más materia que con la que empezó su viaje desde su punto inicial, esto hace que su velocidad disminuya y no sea la misma, esto, finalmente, hace que la luz de esas estrellas aún no llegue a nuestro sistema planetario. Por eso, cuando miramos hacia el universo que nos rodeo podemos verlo como fue cuando se inició.

Mi paradoja del infinito podría tener en estas explicaciones algunas añadiduras que no harían sino reforzar aún más lo que se dijo anteriormente. Debido a que la razón humana posee conocimientos puros cuyo principio se traslada a tal desconocimiento que la hace carecer de síntesis libre de contradicción, también podríamos añadir ahí las velocidades con las cuales nuestros sentidos llevan a nuestra razón las informaciones del exterior mediante la experiencia sensible. Si la luz de las estrellas aún no alcanza nuestra galaxia y vemos el universo tal y como fue hace muchos millones de años atrás, entonces, ¿cuál es la velocidad que tiene nuestra vista? Porque, si está mirando un universo cuya luz aún no llega a nosotros, entonces, es la velocidad del sentido de la vista un tipo de velocidad infinita. ¡Existe la velocidad infinita!

Si bien la capacidad de ver un objeto no puede ser considerado un tipo de materia, el aparato con el que funciona el sentido de la vista si lo es. La vista es un sentido cuya capacidad supera las más grandes velocidades que se encuentran en las leyes de la naturaleza, de esto podemos inferir que: ¿No tendrán la misma capacidad todos los sentidos de nuestra materia? ¿Por qué no había de ser esto posible? La luz del sol viaja en el espacio durante ocho minutos antes de llegar a chocar contra la tierra, es decir, que si el sol se apagara en este mismo instante, nosotros no nos enteraríamos de tal suceso sino luego que transcurrieran ocho minutos. Pero, entonces, ¿por qué podemos ver las luces de las estrellas de nuestra galaxia si ellas aún no han llegado a la tierra?; o mejor aún, si usáramos lentes especiales para ver directamente al sol con los ojos, es bien cierto que veríamos un circulo desde donde sale toda la luz que cae sobre la tierra ¿por qué podríamos ver la fuente de la luz con sólo levantar la cabeza? Esto es debido a que la velocidad con la que nuestros sentidos captan los objetos exteriores a nuestra razón es, libre de contradicción alguna, más rápida que la velocidad de la luz; y como no conocemos nada más rápido que la velocidad de la luz, entonces, podríamos decir que, la velocidad con la que los sentidos llevan la información a la cabeza del hombre es infinita.

Las ideas que se forman en el espíritu de la materia son muchas, pero lo que siempre quería encontrar el hombre era la respuesta a las preguntas que se hacía acerca de cuales eran los orígenes de sus ideas acerca del infinito, lo perfecto, lo absoluto, lo omnipresente y lo omnipotente; pues bien, acá parece estar la respuesta a esas interrogantes. Si el escéptico se negara a aceptar que el espacio y tiempo que forman parte del conciente puro de la razón son infinitos, lo cual tendría valor lógico ya que mi paradoja del infinito no puede demostrar que eso sea cierto (por el contrario, lo que demuestra es que nunca una razón humana podrá demostrar que la paradoja sea verdadera sin contradicción alguna), no podrá nadie negar que los sentidos que posee su materia llevan la información a su razón a una velocidad infinita; es decir, no podrá negar que en él se hallan conocimientos infinitos y bien puede provenir de ello dicha idea. Esto va más allá de cualquier duda escéptica o contradicción que se quiera hacer a la capacidad empírica del hombre (es decir, que se cuestione filosóficamente que las informaciones fenomenológicas puedan considerarse reales o no), porque, si bien esa es otra discusión de la cual no se ocupa este ensayo, lo que se demuestra es el hecho verdadero de la velocidad en la que viaja la información fenomenológica y no si esta es real o no (ya sea para los idealistas, empíricos, fundamentalistas, etc.). Y de esa capacidad infinita que tiene la materia de la razón humana, bien podrán darse explicación de las fuentes de donde proviene todo lo que tenga que ver con lo absoluto. Otra explicación, mucho más simple, que se podría dar a estas preguntas proviene del mismo universo. Al estar nosotros dentro de un universo en expansión y al tener éste un tamaño infinito, bien podríamos ser seres creados por este universo y haber heredado de él mismo las ideas que tienen que ver con lo absoluto, sin necesidad de tener que incluir a un ser supremo obligatoriamente. Pero: ¿cómo sabemos que el universo es infinito, o que no sólo es infinito sino que sigue en expansión? La respuesta se halla nuevamente en las estrellas. Si el universo y las estrellas fueran finitos, entonces, las estrellas se atraerían y se agruparían en un lugar en donde todas terminarían juntándose por la fuerza que ejerce su gravedad, pero esto no sucede ya que, al ser las estrellas infinitas y al estar todas esparcidas en un espacio infinito, entonces no existe un punto medio en el cual se tengan que agrupar y así existen cada una en un lugar en el espacio.


El Principio

El presente ensayo nunca trató de formular teorías cuyo propósito sea el de conseguir una antítesis que demuestre como verdadera la existencia o la no existencia de un ser supremo creador de todo cuanto existe. Pero, en el camino, se encontró con respuestas que cada vez más inclinaban la balanza hacia una antítesis que negaría fehacientemente la existencia de algún dios infinito.

Por mucho tiempo se trató de eliminar la singularidad que se conocía acerca de la creación de todo nuestro universo. Esta singularidad es el famoso: Big Bang. Además de eso, se trató (antes y después de la relatividad) de conseguir una teoría que le diera respuesta a todas las preguntas y diera a conocer a la humanidad todos los secretos del universo y diera respuesta a todo cuanto existe.

La ciencia ha dado explicación a toda la historia del universo mediante sus propias herramientas (como las matemáticas) y ha sido capaz de explicarse casi todo lo que se ha atrevido a buscar. El Big Bang es la famosa teoría que explica el origen de nuestro universo, que dice que luego de que en el espacio-tiempo (que ahora ya sabemos material) existió un punto infinitamente pequeño e infinitamente denso, y que luego de que este punto explotó, se fueron formando todos los cuerpos materiales que se encuentran en nuestra galaxia. El sol, la tierra, la luna, los demás planetas, los demás satélites, las demás galaxias y todo cuerpo celestial de nuestra galaxia se iniciaron de esta manera y tuvo una evolución en el tiempo y en el espacio. Pero, la pregunta del infinito siempre fue: ¿Qué provocó el Big Bang? Y cómo si esto fuera poco, además, cabía otra pregunta millonaria: ¿Existió el tiempo antes del Big Bang?

La Teoría de las Cuerdas formuló que el universo infinito no estaba compuesto por partículas, como se había creído por tanto tiempo, sino que en vez de partículas estaba compuesto por cuerdas infinitamente largas pero con un ancho finito. Se podría decir que el universo, entonces, había tocado durante un tiempo infinito su más larga melodía. Para que esta teoría existiera se tuvo que aceptar la existencia de once dimensiones en el universo.

La razón humana supone captar todos los objetos y supone concebir su existencia en tres dimensiones, cualquiera que se quiera imaginar concebir su existencia en cuatro dimensiones realmente tendría un problema muy serio para lograr su objetivo. Pero la ciencia y las matemáticas nos indican en la actualidad que la razón humana existe en un universo de once dimensiones. La cuarta dimensión, por ejemplo, vendría a ser el tiempo; y, (aunque sería demasiado difícil tratar de explicar las demás dimensiones) la onceava dimensión, por dar otro ejemplo, debería tener dimensiones tan extremadamente exageradas que hasta podría sonar ridículo tratar de explicarlas aunque las leyes de la física si las podrían soportar. La onceava dimensión sería infinitamente larga; es decir, sería tan larga como todo el universo, pero por el contrario sería demasiado corta. La onceava dimensión tendría un ancho de 10 a la -20 de un milímetro, esa distancia es demasiado corta pero, indefectiblemente, existe desde cada punto en el espacio del mundo tridimensional. Pero: ¿quién podría habitar en la onceava dimensión?

La ciencia no se detuvo allí y con la intención de encontrar la teoría unificadora que diera explicación a todo cuanto existe, que alguna vez se busco en la relatividad, y que es conocida aún antes de existir como Teoría del Todo, se buscó las respuestas a las preguntas que actualmente se encuentran en proceso, aunque no libre de refutación.

La razón humana busca a lo largo de la historia la explicación a todas las cosas que se le presenta a sus sentidos, hasta ha llegado al punto de querer romper la singularidad hasta donde llegan todas las leyes que ella misma ha descubierto. La Teoría de las Cuerdas y la Teoría M (que nació para sustentar a la anterior) no son aún demostrables mediante la experimentación porque se basan en matemáticas “supuestas”. Pero, si la Teoría M fuera un teorema, la paradoja del infinito tendría un punto inicial en el espacio-tiempo; es decir, ya no se podría suponer razonablemente que la razón humana existió por siempre, pero, a su vez, tampoco se podría suponer razonablemente que pueda existir para siempre. La ciencia podría ser la única arma con la cual se pueda vencer el concepto infinito del raciocinio; aunque, también podría convertirse en el refugio de la salvación si esta misma prueba la existencia de un ser supremo, y yo diría que no está tan lejos de hacerlo.

Según la Teoría M el universo es un pequeño universo dentro de infinitos universos existiendo en el hiperespacio. Dentro de cada multiuniverso podrían existir diferentes leyes naturales, hasta el protón podría ser inestable y no hay ciencia que nos diga que tengan que existir en ellos las mismas leyes naturales que existen en nuestro universo. Pues bien, si en esos universos paralelos no existen leyes naturales iguales a las nuestras, entonces, en ellos estaría la fuente del Big Bang (porque tampoco hay ciencia que no diga que antes del Big Bang existieron las leyes naturales que hoy conocemos) y la creación de todo cuanto existe en nuestro universo. Si esto es cierto, nuestro universo sería uno entre un infinito número de universos que se inician y se siguen iniciando eternamente. Aunque con esta teoría no determinamos el inicio de la dimensión del tiempo, sí podemos romper la singularidad del inicio de nuestro universo.

Las once dimensiones del hiperespacio estarían dentro de las membranas, nuestro universo sería una membrana más en un infinito de membranas, cada una con sus propias dimensiones y su propia historia del tiempo. La singularidad del Big Bang se daría siempre y continuamente por el despliegue de energía que causaría el choque de las paredes onduladas de las membranas, esta energía se transformaría en materia (relatividad); es decir, en un universo material con infinitas partículas o cuerdas que producirían la gravedad en los cuerpos. Las cuerdas son las causantes de la gravedad de los cuerpos espaciales. La membrana formaría parte entonces de la onceava dimensión (con diámetros pequeñísimos) pero sería imperceptible por los sentidos de nuestra razón. La gravedad podría estar filtrándose desde nuestro universo hacia el espacio vacío, lo que causaría la explicación a nuestro universo en expansión y el alejamiento de las demás galaxias, aunque también podría estar filtrándose gravedad desde el espacio vacío hacia la membrana y estaría llegando a nosotros sólo como un tenue vestigio. Los Big Bang podrían estar ocurriendo todo el tiempo y nuestro universo podría estar coexistiendo con otras membranas, los universos serían infinitos y todos estarían también en proceso de expansión. Nuestro universo podría ser una burbuja flotando en un universo de burbujas.

Si esta es la explicación de la singularidad con la que se inició nuestro universo, no podríamos saber tampoco si la razón humana se inició junto con el Big Bang o si también existe en otros universos como existe en el de nosotros. Se podrían formular preguntas acerca de estos temas infinitamente sin poder llegar a una respuesta. Dios podría entonces habitar en la onceava dimensión o podría ser el tipo que hace funcionar la máquina de burbujas, entonces, sería mucho más poderoso de lo que había dicho que era. Pero lo que queda claro con las teorías de la ciencia es que es imposible para la razón humana concretar teoremas que demuestren a ella misma la existencia o no existencia de un ser supremo. Es tan igualmente irracional querer afirmarlo como querer negarlo.

Sin embargo, en todo esto hay lugar para una duda que inclinaría la balanza del lado de la negación aunque sin poder terminar con la negación por completo. La razón humana sería entonces capaz de crear un universo dentro del universo propio, podría crearse un universo aparte del nuestro en un sótano, según la teoría M esto es posible. Dependiendo de cómo suceda la singularidad forzada, en caso de que suceda, y dependiendo de que leyes naturales pueda formar ese supuesto universo, la razón se convertiría en un creador, ya no cabrían dudas de que el hombre podría poseer las facultades necesarias de un creador, porque, la ausencia de esas facultades es la que actualmente determina su propia creación al no ser él mismo capaz de crear nada en absoluto.

El entendimiento que habita en el raciocinio es incapaz de crear ideas por sí solo, lo único que tiene en sí mismo es las ideas de espacio y tiempo sumadas al propio entendimiento que entiende a ellas misma. Ninguno de los dos tipos de conocimientos es capaz de crear nada mediante ninguna herramienta, así la razón humana se conoce antes y después de adquirir sus experiencias sensibles. Se podría preguntar entonces (como ciertamente se ha preguntado y ha sido explicado anteriormente) acerca del origen de las ideas del infinito, lo absoluto, lo omnipresente, lo omnipotente y lo perfecto; pero, al ser capaz de crear un objeto nunca antes percibido y nunca antes existente ni en sus conocimientos puros, la razón se convertiría en creadora de un objeto (en caso de que ese nuevo universo creado tenga leyes naturales diferentes a las del universo en el que se creó) y si es posible que la razón cree un objeto poseería una de las facultades de Dios, y, si posee una de las facultades de dios bien podría poder poseer más que una sola.

Pero para centrase más en las cualidades infinitésimas de nuestro universo, que ciertamente es del que más podemos saber, viene al caso la conveniencia de poder entenderlo mejor para así poder también entender mejor los demás universos paralelos con los que coexiste (si hay algún espíritu valiente que quiere emprender tan osada hazaña).

Se conoce el universo actual en expansión, de manera razonable se piensa así a todos los que puedan existir fuera de éste también, y se comprueba dicha teoría con la experimentación científica.

Las estrellas se encuentran ocupado espacios tan lejanos de la Tierra que a los sentidos les parecen simples puntos luminosos, tanto así que le es imposible a los sentidos de la razón percibir sus tamaños y sus formas. De la inmensa mayoría de estrellas sólo podemos medir una propiedad característica: el color de su luz. Cuando la luz atraviesa un trozo de vidrio triangular, lo que se conoce como un prisma, la luz se divide en los diversos colores que la componen. Al enfocar con un telescopio una estrella o galaxia en particular, podemos observar el espectro de la luz proveniente de esa estrella o galaxia. Estrellas diferentes poseen espectros diferentes, pero el brillo relativo de los distintos colores es siempre exactamente igual al que se esperaría encontrar en la luz emitida por un objeto en roja incandescencia. Al observar los espectros de las estrellas de otras galaxias se puede ver que las estrellas poseen los mismo conjuntos característicos de colores ausentes que las estrellas de nuestra propia galaxia, pero todos ellos desplazados en las misma cantidad relativa hacia el extremo del espectro correspondiente al color rojo, esto significa que las estrellas de las demás galaxias se están alejando de nuestra galaxia. Para explicarlo más dinámicamente: La situación es similar a un globo con cierto número de puntos dibujados en él, y que se va hinchando uniformemente. Conforme el globo se hinche, la distancia entre cada dos puntos aumenta, a pesar de lo cual no se puede decir que exista un punto que sea el centro de la expansión. Además, cuanto más lejos estén los puntos, se separarán con mayor velocidad. Similarmente, la velocidad con la que dos galaxias cualesquiera se separan es proporcional a la distancia entre ellas. De esta forma se precede que el corrimiento hacia el rojo de una galaxia debe ser directamente proporcional a su distancia a nosotros. Por este motivo es también que la luz de las estrellas aún no llega a nosotros y, al parecer, no podrá llegar nunca. Pero todo esto significa también que el universo se encuentra en proceso de expansión, entonces cabe la siguiente pregunta: ¿Cesará alguna vez el universo de expandirse y empezará a contraerse, o se expandirá por siempre? La respuesta se encuentra en conocer el ritmo actual de expansión y la densidad media presente. Si la densidad en menor que un cierto valor crítico, determinado por el ritmo de expansión, la atracción gravitatoria será demasiado débil para poder detener la expansión. Si la densidad es mayor que el valor crítico, la gravedad detendrá la expansión en algún tiempo futuro y vuelva a colapsarse.

Más allá de que el universo encuentre su final o no, es notorio que las leyes de la naturaleza con las que se rige nuestro universo nos dicen que él se encuentra realizando una larga e indeterminada expansión rumbo hacia el infinito. Podría decirse entonces que el universo en finito, puesto que algo que se expande tiene que tener forzosamente un límite para poder expandirse más, sino, no podría existir tal accionar más allá de asumir que su expansión es en sí infinita.


Determinismo e Indeterminismo

La física cuántica observa que la luz (y los demás tipos de ondas) no son emitidos en cantidades arbitrarias sino en paquetes que actualmente llevan en nombre de “cuantos”. Cada uno de estos cuantos posee una cierta cantidad de energía que es tanto mayor cuanto más alta es la frecuencia de las ondas, de tal forma que para frecuencia suficientemente altas la emisión de un cuanto único requiere más energía de a que se puede obtener, la radiación de altas frecuencias se reduce, y el ritmo con el que el cuerpo pierde energía es, por lo tanto, finito.

Para poder predecir la posición y la velocidad futuras de una partícula, hay que medir con precisión su posición y velocidades actuales. El modo de hacerlo es iluminando con luz la partícula. Algunas de las ondas luminosas serán dispersadas por la partícula, lo que indicará su posición. Sin embargo, uno no será capaz de determinar la posición de la partícula con mayor precisión que la distancia entre dos crestas consecutivas de la onda luminosa, por lo que se necesita utilizar luz de muy corta longitud de onda para poder medir la posición de la partícula con precisión. Pero, según lo explicado en líneas superiores, no se puede usar una cantidad arbitrariamente pequeña de luz; se tiene que usar como mínimo un cuanto de luz. Este cuanto perturbará la partícula, cambiando su velocidad en una cantidad que no puede ser predicha. Además, cuanto con mayor precisión se mida la posición, menor habrá de ser la longitud de onda de la luz que se necesite y, por lo tanto, mayor será la energía del cuanto que se haya de usar. Así la velocidad de la partícula será fuertemente perturbada. En otras palabras, cuanto con mayor precisión se trate de medir la posición de la partícula, con menor exactitud se podrá medir su velocidad, y viceversa. La conclusión a la que llega el entendimiento acerca de estos experimentos se entiende como un principio de incertidumbre que demuestra que la incertidumbre en la posición de una partícula, multiplicada por la incertidumbre de su velocidad y por la masa de la partícula, nunca puede llegar a ser más pequeña que una cierta cantidad; luego, este límite no depende de la forma en que uno trata de medir la posición o la velocidad de una partícula, o del tipo de partícula: el principio de incertidumbre es entonces una propiedad fundamental, ineludible, del mundo.

Este principio de incertidumbre se convierte así en una barrera que la razón y la inteligencia humana trata y ha tratado de resolver desde que se dieron a conocer los descubrimientos hasta la actualidad. La incertidumbre cambia totalmente la forma de ver el mundo, el universo y todo cuanto nos rodea y puede ser experimentado. Porque, según el principio de incertidumbre, marca el final a todo determinismo posible; el hombre, lógicamente, al no ser capaz de medir el estado presente del universo de forma precisa, no podrá predecir los acontecimientos que vendrán en el futuro con exactitud. En este caso no se podría descartar la existencia de un ser sobrenatural que pueda determinar completamente todos los acontecimientos y observar el estado presente del universo sin perturbarlo. Porque, alguien tiene que saber lo que está pasando y pasará en el mundo y el universo, de lo contrario, no existe garantía para determinar que si una persona un día se echa a dormir en su cama se levantará al día siguiente en la misma, porque, en teoría, podría amanecer en Marte o en cualquier otro lugar.

En general, la mecánica cuántica no predice un único resultado en cada observación, sino que predice un cierto número de resultados posibles y nos da las probabilidades de cada uno de ellos. Es decir, si se realizara la misma medida sobre un gran número de sistemas similares, con las mismas condiciones de partida en cada uno de ellos, se encontraría que el resultado de la medida sería uno determinado en un cierto número de veces y otro determinado en otro número diferente de veces, y así sucesivamente. Se podría predecir únicamente el número aproximado de veces que se obtendría un determinado resultado u otro determinado resultado, pero no se podría predecir el resultado específico de una medida concreta. La mecánica cuántica serviría sólo para introducir un elemento inevitable de incapacidad de predicción, una aleatoriedad en la ciencia. La relatividad engancha a la perfección con este sistema de medición aunque su descubridor haya jugado, en vida, un papel importante en la oposición de este sistema. El sentido común empuja al entendimiento a aceptar las condiciones que la razón misma generó.

Durante un largo proceso que ha ido caminando paralelamente a la historia de la humanidad se ha querido dar respuestas a todas las interrogantes que este problema acusaba, sin tomar en cuenta que la ausencia del ser que demandaba las respuestas había sido siempre la respuesta misma. Cuando el ser (razón humana, espíritu, conciencia) busca la información que su entendimiento requiere para satisfacer necesidades ya no materiales sino espirituales (porque se busca creer en la inmortalidad de una eventual alma), se encuentra con que la naturaleza le pone una indisponibilidad, el ser rabia y, al rabiar de su propia naturaleza, llama a esa naturaleza, inconscientemente, lo indeterminado; es decir, no puede conseguir el objetivo de conocer mediante su actividad sensible el futuro proceder de su existencia, pero no se da cuenta (o tal vez sí, en algunos casos) que lo que suponía determinado (y que ciertamente lo es) no deja de serlo por no poder él conocerlo, sino que simplemente es siempre lo que es y lo que debe ser siempre por más que el ser con entendimiento no pueda comprenderlo o determinarlo. En otras palabras, lo determinado no deja de ser determinado si el ser no puede llegar a tener una comunicación exacta con él, por más que el lenguaje contradiga con razón lo que la experiencia sensible le “demuestra”.

En el caso de que se quiera considerar indeterminada a la naturaleza aduciendo que de no tener una intervención de la conciencia esta seguiría un curso aparte, existiría una invalides de criterio ya que se estaría negando a la existencia humana como una parte desde dentro de la propia naturaleza, entonces tales afirmaciones se convertirían en aberraciones. Pero como la razón no tiene ideas aberrantes para con ella misma ni dentro de los conocimientos puros ni dentro de los conocimientos empíricos, cabría una posibilidad de que en vez de tal pensamiento se dijera por ejemplo que la naturaleza es indeterminada porque la misma conciencia al actuar sobre ella con voluntad la modifica constantemente; pero, esta afirmación sería válida si y sólo si se tomara a la voluntad de la conciencia como reformadora de la naturaleza y no se le viera, acertadamente, como parte de ella misma.

Algunos, dominados por el miedo a la terrible abstracción conciente eterna (de la que se habló al inicio del ensayo), y derrotados por las demostraciones experimentales que la ciencia hace y refuta de paso a las religiones, se refugiarán en la propia naturaleza y dirán que ella misma es el ser divino materializado y que es por eso que la materia junto con el espíritu que habita en él viven y vivirán eternamente, y que esa es la inmortalidad de la que se habla porque se conoce, a la vez podrán decir que todo es determinado porque Dios habita en la naturaleza y él decide que se hace y que no y que somos parte innegable de ella; o, también podrán decir que todo es indeterminado y se rige por la libertad del libre albedrío que existe en el espíritu del hombre. Ciertamente las dos acepciones pueden ser válidas aunque sin que los autores de las ideas sean conocedores de la propia veracidad de la que hablan.

Todo cuanto existe puede ser determinado o indeterminando y hasta puede que la razón no llegue nunca a saber con exactitud las dimensiones de los resultados que busca (como ya ha sido explicado en líneas anteriores) aunque no por eso no se llegue a saber siempre una realidad (como ya ha sido mostrado durante todo el ensayo), como por ejemplo, en este caso, en el que se podría decir que la realidad que se sabe es que no se puede llegar a un determinado resultado exacto mediante las herramientas que la actividad sensible nos brinda.


La Infinidad de la Materia

El fenómeno de la interferencia entre partículas se convierte en un ejemplo crucial para la comprensión; no sólo de la estructura de los átomos, las unidades básicas de la química y de la biología y todas las cosas que existen a nuestro alrededor y de las cuales también estamos formados, sino de toda la materia (y por lo tanto también la energía) en su faceta de indestructibilidad e infinidad.

Los átomos (extremo menor) son bastante parecidos a los planetas de nuestra galaxia (extremo mayor) en el sentido de que al igual que el sol como centro de todos los objetos que giran en derredor de él, el átomo también tiene un núcleo central con electrones girando en torno a él. La atracción entre la electricidad positiva y la negativa mantiene a los electrones en sus órbitas de la misma manera que la atracción gravitatoria entre el sol y los planetas mantiene a estos en sus orbitas todo el tiempo. Este sistema orbital no colapsa, como se supondría que podría suceder al predecirse lógicamente que los electrones alguna vez perderían energía y caerían en espiral (como en las fotografías de otras galaxias), hasta colisionar con el núcleo. Pero ese no es el caso de los átomos (ni tampoco del sistema gravitatorio de nuestra galaxia) porque los electrones no giran a cualquier distancia del núcleo central, sino sólo a ciertas distancias específicas, aunque si sólo uno o dos electrones orbitan a cada una de las distancias, se resolvería el problema del colapso del átomo, porque los electrones no podrían caer en espiral más allá de lo necesario, para llenar las órbitas correspondientes a las menores distancias y energías.

Este modelo explica perfectamente la estructura del átomo más simple, el hidrogeno, que sólo tiene un electrón girando alrededor del núcleo. La mecánica cuántica resuelve muchas dificultades para el entendimiento como esta: Un electrón girando alrededor del núcleo puede imaginarse como una onda, con una longitud de onda que es correspondiente a su velocidad, existen ciertas órbitas cuya longitud corresponde a un número entero de longitudes de onda del electrón. Para estas órbitas las “cimas” de las ondas estarían en posición en cada giro, de manera que las ondas se sumarían, por el contrario, para órbitas cuyas longitudes no fueran un número entero de longitudes de onda, cada “cima” de la onda sería cancelada por un “sima”, cuando el electrón pasara de nuevo; estas orbitas no estarían permitidas.

De similar manera es como funciona el sistema gravitatorio de nuestra galaxia y el sistema gravitatorio de las demás galaxias de nuestro universo (esto se puede comprobar al observar una fotografía de galaxias lejanas, en ellas se nota el sistema en espiral que las forma y de lo cual se infiere al sistema nuestro como similar). Los planetas giran alrededor del sol conformando un sistema imperecedero que, al igual que el sistema imperecedero del átomo, garantiza una inmortalidad de la materia en cualquier parte del sistema universal, porque, como ya sabemos, es regido por leyes naturales también universales. La manutención de este sistema orbital es lo que ha producido la preservación de la materia desde los inicios del tiempo hasta hoy y nada hace suponer que este sistema llegue a tener un final alguna vez.

Si las teorías de los universos paralelos y de la infinidad de universos existentes en el ultra-súper-cyber-hiper-espacio son reales, bien podría verse nuestro sistema gravitacional como un átomo dentro de un universo en el que seguramente habrán demasiados tipos de existencias en todas las dimensiones habidas y por haber. El hombre se convertiría entonces en un simple quark o, para ser más exactos, hasta podría ser una simple partícula de un quark. Las diferentes galaxias y las distancias que entre ellas hay podrían ser los diferentes tipos de átomos que habitan en un universo “sensacional”. Todo esto es una simple hipótesis fundamentada en similitudes de lo infinitésimo y lo infinito.

La garantía que puede ofrecer este ensayo para fortalecer la hipótesis recién fundada y hasta convertirla en un fuerte motivo de investigación, depende simplemente de la percepción. Todos los objetos pertenecientes al tipo de energía más concentrada que existe tienen naturalmente formas circulares, sólo hay que reparar en toda la naturaleza que nos rodea para verlo claramente: El cuerpo humano, las plantas, los animales, los insectos y todos los seres vivos tienen formas circulares, hasta sus órganos son así. Los planetas son circulares, las estrellas (como el sol), las galaxias (formas espirales), los átomos de todo el universo y la expansión del mismo. Todo lo que existe en nuestro universo (porque no conocemos ciertamente y/o experimentalmente otro) está hecho en base a formas circulares. Decir que esto se debe al movimiento de las órbitas que nos rigen sería una teoría válida aunque tendríamos también que decir que todo el universo gira en una órbita propia también ya que todos los demás objetos del espacio exterior tienen formas similares al nuestro.


La Infinidad del Amor

Siempre que el hombre ha tratado de explicar la sustancia espiritual que es el amor y que forma parte de la sustancia espiritual-material que es él mismo, se ha topado con que: o el lenguaje colapsa, o llega el hombre a caminar en terrenos desconocidos tanto para los conocimientos empíricos como para los puros; y, al ser el hombre incapaz de concebir el mundo exterior sin las leyes que su conocimiento aprendió y aprehendió, entonces se topa con una sustancia dentro de su sustancia que es conocidamente desconocida para él y lo acepta sólo de igual manera que acepta a las demás sustancias divinas. No perece en el espacio-tiempo porque funciona como un incentivo que le ayuda a soportar su existencia. También le teme el hombre al amor ya que sabe que se puede convertir en una sustancia de doble filo que puede hacerlo vivir o hacerlo morir, pero al ser inherente a él aprende a “soportarlo” aunque muchas veces llega a convertirse en el factor que hace miserable la vida misma.

El origen, del que a la vez se puede sacar una explicación, del amor como sentimiento de la materia y del espíritu racional, puede encontrarse en la explicación de los orígenes del infinito que la paradoja del presente ensayo ofrece. Porque: Si colocamos al amor como un noúmeno o como cosa perteneciente a lo divino bien se podría suponer que tiene un lugar junto con la existencia de la razón que, como ya sabemos que podemos suponer racionalmente, puede concebirse como ser inmortal, antes y después de la adquisición de su materia y sus facultades experimentales.

A su vez, la mente humana que recibe tal sentimiento de su facultad experimental, resuelve pensar acerca de ello pero cae en la indefectible razón de que debe aceptarlo como parte de ella misma, es aquí donde se forman las diferentes opciones del destino para aportar contrariedades escépticas al determinismo; porque, ya se vuelve hacia el lado de lo fuera del sentido común que un sentimiento como el amor, aceptado como abstracto, esté también supeditado a las leyes de la naturaleza que rigen el mundo material. Porque nadie puede afirmar racionalmente que el sentimiento del amor esté designado desde el principio de la materia, porque se tendría que suponer que existen disposiciones o partículas materiales que causan atracción y armonización con otras partículas materiales externas a su campo, y si se acepta esta suposición, entonces se tendría que explicar a la par el por qué las atracciones se dan casi siempre en un pequeño campo de espacio-tiempo (que puede ser un país del planeta) y , además, suponer que estas atracciones se podrían dar en diferentes tipos de materia varias veces y simultáneamente. Así se podría dar explicación a la “mortandad” del amor en determinados tiempos y espacios, que a la vez podrían suponer el nacimiento de otros en diferentes tiempos y espacios, aunque se tendría que aceptar que la perfección de este sentimiento sería demasiado difícil de conseguir (tanto que se podría decir que no se ha conseguido nunca) porque, para que esta perfección se de, todas las personas tendrían que primero conocer a todas las personas que existen en el mundo material (y si se quiere ser más radical tendría que conocer a todos los que existen, existieron y existirán); o, se tendría que aceptar una suerte magnífica que ahorre todo ese trabajo y llegue al mismo punto al que indefectiblemente tenía que llegar. Se demuestra con estos ejemplos que hasta ahora el amor ha sido una herramienta crucial tanto para la felicidad como para la infelicidad del ser que la usa, pero, no por eso deja de ser necesaria y hasta indomable, ni tampoco pierde su naturaleza de divinidad que, por el contrario, se refuerza al no ser acorde y dominable por el raciocinio, y, de paso, demuestra que es un noúmeno aparte y un “ente” divino con facultad infinita.

Este muestra al amor como una herramienta que existe con las facultades más éticas a las que puede aspirar un hombre. Si bien un supuesto Dios ha sido usado por el hombre a lo largo de toda su historia, éste no ha podido ser usado con la perfección que se esperaba (se puede ver fácilmente esto analizando la historia), sin embargo, el amor sí se ha acercado mucho a ser bien manejado por la razón. En base al amor, el hombre ha sido capaz de inventar leyes espirituales que rigen sus propios dominios, eso hace esclarecer la necesidad de que de esto se valga la ética para poder ser nombrada como tal y aceptada por la totalidad de los hombres. Si la vida material del hombre o también su facultad racional vivirán en estado perenne a través del espacio-tiempo, el amor podría hacer que esa existencia infinita no sea el infierno al cual se teme tanto sino que sea el paraíso de recuerdos que tanto se anhela. En todo caso, así como no se puede condenar una cultura existente dentro de una sociedad, por más que ésta sea muy diferente a ella y se vuelva eventualmente en su contra, así también: no se puede condenar a un ser por buscar una salida airosa de su indefectible tormento.

Las razones en las que se apoya la paradoja para afirmar con autoridad que no se puede negar la conciencia humana a priori junto con el sentimiento, también puro, en cuestión, derivan del hecho experimental que muestra a dicho sentimiento, en su máxima expresión, siempre “colocado” en un ser por otro ser que es el que siente el sentimiento. El sentimiento del amor “vive” dentro de una conciencia, se manifiesta en el cuerpo (objeto, materia) de esa conciencia; pero, al suponerse propiedad de la conciencia (porque la sola materia no podría sentir nada; aunque, como no es posible conocer realmente al otro objeto en sí diremos mejor que, simplemente, no lo conoceremos) tiene que ser necesariamente eso: una “cosa” de la conciencia que se manifiesta en la misma conciencia y en su materia, aunque sólo podamos sentirlo en la materia o posiblemente sólo creamos que es así (esto quiere decir que aunque esté en la conciencia quedaría opacada por la materia al ser los sentidos los que rigen todo el sistema racional); pero, no obtiene su fuerza del mismo sino de otra conciencia y otra materia. La máxima expresión del amor se encuentra en una conciencia (y materia) pero fluye desde otra conciencia (y materia) independiente de la anterior. ¿Qué explicación se le puede dar a esto si el ser individual es, prácticamente, un axioma (en el sentido de que es irrefutable que una conciencia es independiente de otra cualquiera)? ¿Por qué su sentimiento más poderoso (aunque lo de poderoso puede estar en cuestión) y sublime depende de lo exterior? Además de brindarnos las respuestas a las más radicales y discutidas cuestiones éticas y morales que veremos en capítulo siguiente, el texto nos abre las puertas de las respuestas a las mismas preguntas que se hace. Sí la razón a priori existió desde el principio infinito debe de encontrarse, al principio de su vida material-experimental, en un estado de “dejadismo” total; o, lo que se podría explicar también como un aburrimiento (aquí vuelve a colapsar el lenguaje) desconocido e imposible de interpretar por medio del lenguaje o la expresión para la conciencia que sólo lo vive una vez en su existencia. Se busca entonces el escape a ese estado volcando, inconscientemente y también instintivamente, su ser en otro ser; ya que, no tendría sentido ni lógica que lo vuelque a sí mismo si siempre estuvo, está y estará consigo mismo, y conoce su estado primario (el cual lo tiene aburrido) dentro de sí aunque, tal vez, un ser no sea capaz de darse cuenta de su ser. Existen entonces dos formulas para conseguir la felicidad: 1) Es necesario ser demasiado inteligente y usar demasiado bien toda la capacidad del pensamiento humano para controlar el propio ser y el propio amor que habita en él; así, no sólo llegará al objetivo de ser feliz el ser individual, sino que ayudaría mucho con los objetivos de los demás seres del universo que también quieren ser felices. 2) O, usar el mínimo de inteligencia y el mínimo de capacidad el pensamiento humano con la finalidad de dejarse llevar por lo exterior. De seguro también se conseguirá el objetivo aunque la ayuda hacia los objetivos de los demás seres del universo que también quieren ser felices será nula, hasta perjudicial. En otras palabras: La felicidad propia y universal es más difícil de conseguir ya que demanda mucha (demasiada) capacidad mental, la felicidad individual, sin embargo, es mucho más fácil de conseguir (porque la demanda de capacidad mental es de cero) aunque la felicidad universal quedaría fuera del campo de acción. ¡Siendo estúpido serás feliz!

La marginación de la felicidad universal no es motivo de risas cuando tomamos conciencia de las consecuencias que se han manifestado en toda la historia de la humanidad. Los conflictos de intereses nacen desde el centro de este problema fundamental que la humanidad no ha podido resolver hasta ahora, no porque sea imposible, porque no se puede afirmar que porque sea muy difícil de conseguir sea imposible, sino porque aún no se ha atrevido a hacerlo, tal vez, porque desconoce todo el poder que el infinito puede tener.