miércoles, 5 de agosto de 2009

TIERNAMENTE ENDURECIDA




La naturaleza, en su modalidad de belleza y fuerza, yace en el cuerpo de esta fiera.

Dios dijo: - ¡Hágase Kina! - Y la mujer se hizo.


Hace algunos años atrás, mi cabeza había construido una historia, tan grande como hermosa y ambiciosa, que veía imposible realizar en la industria del cine de mi país. Por tal motivo decidí plasmarla en un libro. La columna vertebral de esta historia era un personaje creado en mi imaginación. Una boxeadora, una mujer, una guerrera, una campeona del mundo, un ser humano que no se rendía ante nada, un ente capaz de soportar dolores intensos sin doblegar su cabeza ante nadie y ante nada, una combatiente que no se sometería a su enemigo jamás, una mujer sin el complejo estúpido de todas las mujeres de esquivar todo lo que las asemeje a un varón (complejo que, por cierto, me ha hecho aborrecer a muchas chicas a tal punto de hacer pensar a los demás que no me gusta estar con ellas), una mujer que yo concibo como mi mujer ideal.

En algún punto del tiempo y espacio esa mujer fue creada. Cuando la veo pienso que dios (si existe) me vio y dijo: - No es bueno que JC esté solo - Entonces se me acercó y tomó de mi cabeza un puñado de neuronas y de ellas creó una mujer que llamó - Kina -.

En mi correo electrónico yacía un mensaje que me informaba que había sido acreditado para cubrir todos los eventos de la pelea por el título mundial en el que participaría la campeona del mundo. Me estaban dando el pasaporte a un viaje que había querido hacer desde hace mucho tiempo. Por primera vez estaría cerca de mi amada (concebida por la simple naturaleza o el puñado de neuronas del que hablé) que, según mi creencia que hasta ahora mantengo, había sido hecha para mí y me pertenecía por “derecho de autor”.


La Conferencia de Prensa

Este día sería el más decisivo de todo el proceso. De este día dependerían muchas cosas. Este día serviría para saber si: ¿Me gustaría tanto esta mujer si, hasta ahora, sólo la había visto en Internet y en televisión? Ni yo mismo lo sabía. Porque una cosa es ver a alguien en televisión o en Internet (yo la había seguido desde cuando sólo figuraban dos fotos de ella en la red) y otra cosa es verla en el mismo espacio-tiempo en el que uno existe y es.

Confesaré que tenía algo de miedo. Confesaré que, en realidad, no quería que ella me gustara. Yo quería llevarme una decepción. ¿Por qué? Por que a mí, como a la mayoría de gente en la sociedad, me gusta buscar acercarme lo más posible a mi propia libertad.

La libertad, con el concepto que la sociedad la conoce (Poder de obrar o de no obrar, o de escoger), metafísicamente hablando, no existe.

La libertad es un concepto relativo y contradictorio puesto que no podemos liberarnos de ella misma. Luego, la libertad no es ni será nunca absoluta, porque: ¿Acaso podemos liberarnos de la libertad? ¿Acaso podemos elegir o escoger no tener libertad? Si, supuestamente, dios nos dio el “libre albedrío”; entonces, ¿acaso podemos elegir liberarnos de ello, ergo, acaso podemos elegir no poseer “libre albedrío”? Si somos “libres” de amar a quien queramos, ¿acaso podemos liberarnos de esa facultad? ¿Qué si yo no quiero amar a quien quiera sino que quiero que alguien instale el amor en mí y en alguien más que me ame de igual forma que yo a él o ella? ¿Qué si yo quiero que alguien me dicte qué o a quién debo amar y lo haga con la otra persona también? Así el mundo entero y la sociedad se ahorrarían muchos sufrimientos por rechazos o amores equivocados que se extinguen a lo largo del tiempo. La libertad verdadera tendría que tener entre sus facultades la capacidad de apartarse de ella también. Si ella me gustaba se extinguiría mi libertad de apartarla de mis pensamientos.

El amor es un sentimiento que también carece de libertad. Un hombre, varón o dama, en muchas ocasiones, no elige a quién amar.

A lo largo de mi vida han habido mujeres (y hombres) que me han amado o se han sentido muy atraídas(os) por mí; y, literalmente, han “luchado guerras” para que yo las (los) ame o me sienta atraído por ellas de similar manera. Nunca lo lograron. No sentía absolutamente nada por ellas (ellos) y no sentí nada tampoco cuando se fueron derrotadas(os). Esto me avergüenza bastante porque, es claro que, lo descrito no es justo y carece de libertad.

Por este motivo (porque fácilmente me pasaría a mí lo que les pasó a ellas(os)) decidí crear en mi mente un personaje, el cual, luego, plasmaría en una novela que tendría todas las características que yo considero forman parte de lo que para mí sería mi mujer ideal. Yo y este personaje no nos abandonaríamos nunca. Ella nunca me abandonaría y yo nunca la abandonaría a ella. Nadie podría robármela ni ella nunca podría decirme que quería terminar conmigo. No podría decirme que no cuando le pidiese que sea mi novia ni yo podría decirle que no cuando ella se me acercase y me pidiera que sea su novio. No podría negarme nada y, aunque yo quisiese, tampoco podría negarle nada. Podría hacer que ella me dijese lo que fuera y yo podía decirle lo que quisiera y ella nunca haría nada que yo no quisiese que haga. El físico que tendría sería el físico que yo quisiese que tuviera, el que más me gustara. Esta mujer nunca me diría que no.

El destino quiso crear una mujer igual a la que yo me imaginé en mi mente y le puso por nombre: Kina.

Asistí, por lo explicado, a la conferencia de prensa con gran indignación. ¿Qué fuerza sobrehumana estaba haciendo que yo me sintiera usurpado y estafado? No quería que ella fuese como el personaje que inventé. No quería amarla. Quería que, en el instante en que la viera, se me aparte de la mente todo sentimiento absoluto que pudiese sentir por ella. Quería verla fea, quería que no me gustar su voz, quería que se desaparezca de la tierra, quería decepcionarme de ella al verla, quería que no actuara como mi personaje amado, no quería que se comporte como había imaginado se tendría que comportar mi mujer ideal. ¡No quería que fuera mi mujer ideal!

Al llegar al Hotel Marriot lamente mi suerte. Se tenía que subir por un ascensor al cuarto piso del edificio donde se iba a desarrollar la conferencia. Me acerqué a un tipo regordete, de cuerpo cuadrado cual robot, vestido de traje, que supuse era un anfitrión del hotel y le pregunté:
- Señor, ¿dónde están las escaleras? - el me miró a los ojos como un bicho raro, como si fuera la primera vez que alguien le hacía esa pregunta.
- ¿A dónde va? - me preguntó el “robot” al no verme cara de periodista serio.
- Voy al cuarto piso. A la conferencia. - le dije en el mismo tono en el que le pregunté la interrogativa anterior porque siempre me gusta hablar con la gente que no conozco en el mismo tono para no hacerles pensar que estoy tomando una forma agresiva de interrogar.
El tipo me volvió a mirar de arriba hacia abajo y debió haber pensado que tal vez lo que le dije era verdad, así que me respondió, aunque su respuesta fue más estúpida que su actitud:
- Por el ascensor. Cuarto piso. -

Al llegar al cuarto piso salí del ascensor mareado (porque a mí me marean los ascensores), motivo por el cual me rehúso a subir a ellos siempre, y sólo atiné a acercarme a una mesa con manteles blancos que estaba puesta justo al frente del, como lo llamaba Chaparrón Bonaparte, cuartito mágico. Me acerqué a la mesa pero no tenía nada servido excepto un plato lleno de caramelos con envolturas poseedoras del logotipo y nombre del hotel. Tomé algunos, los abrí y me los comí. Hice esta acción muy rápido esperando que el dulce me calmara el ya ligero mareo que me quedaba por la introducción de mi cabeza en el bendito elevador. Un tipo, también anfitrión del hotel pero más joven y delgado, me vio comer los caramelos con cara de sorpresa, como si yo en vez de comer caramelos hubiese yo roto todos los esquemas cuadriculados que se hallaban inmersos en su cuadriculado cerebro.
- ¡Al diablo! - me dije – No he venido a iluminar mentes sino a que (ojalá que no) me la iluminen a mí -.

En el salón de conferencias yacían los periodistas que yo había visto y escuchado por radio y televisión siempre que veía mi amado fútbol y mi aún más amado equipo crema, el Universitario de Deportes. Decidí sentarme a un lado porque, como no tenía una cámara fotográfica ni de grabación de video, no quería interferir en las grabaciones de las cámaras profesionales que se apostaron como a 15 metros de la mesa donde se iban a sentar los preguntados. Al único “periodista” que me interesaba observar “trabajar” era a Luis Carlos Burneo, el que se hizo famoso con el blog “La Habitación de Henry Spencer” y que siempre se caracterizaba por ser quien no debe ser en el lugar en que no debería estar pero que siempre estaba. Burneo, que como siempre estaba vestido con ese saquito indescifrable que nunca conjuga con su pantalón de tela jean ni sus zapatillas usadas especialmente para hacer el ridículo, se acercó a un caucásico anfitrión vestido de azul flaqueado por dos delgadas anfitrionas, que traían más colores que una guacamaya, y le preguntó ¡quién sabe qué cosa!, para lo que luego él le respondió ¡Vaya usted a saber qué! Al ver este esquema un “encargado” del evento (nótese que en una conferencia de prensa cualquiera tiene algún cargo o pretende tenerlo) le dijo al popular LC que se vaya más atrás y que ni se le ocurra avanzar hasta donde estaban los anfitriones porque la prensa tenía su lugar atrás y la “línea imaginaria” no podía ser rota.

Burneo se fue, su camarógrafo con él, y desde atrás no pudo hacer mucho. Yo lo miraba buscando en el espacio en el que él existía alguna pizca de realidad vital porque me era muy difícil pensar que una persona pudiera comportarse como él se mostraba en los medios todo el tiempo de su vida. Esto era algo muy loco, aún para mí.

Volteé para ver a Burneo y su camarógrafo que estaban parados casi detrás de mí (como a tres metros) y alcancé a escuchar lo que conversaban. El camarógrafo le replicaba el hecho de que no intentara acercase a la gente de adelante para preguntarle algo y Burneo (que ya tenía sus característicos y muy graciosos lentecitos algo empañados) le dijo:
- No, es que el huevón ya me ha botado y si voy otra vez me va a decir: “¡Ey!, tú… ya te dije que no puedes estar acá”, y va a ser peor -

Me gustó ver la realidad que se puede ver cuando un personaje de ficción pasa a la realidad frente a tus ojos y eso fue lo que tranquilizó un poco mis ansias. Como recordarán, yo quería que la boxeadora me decepcionara o me hiciera ver que la realidad no se parecía en nada a mis imaginaciones mentales que fueron la herramienta con la que construí mi personaje tan amado.

Me sentí bien en los previos de la conferencia. Aunque había mucha gente caminando y hablando estupideces por todos lados yo estaba solo y, generalmente, me siento tranquilo cuando estoy solo porque me gusta estar solo. Supongo que Arturo Woodman, que se mantenía parado ya como 30 minutos en un solo lugar, como para que ninguna persona se quede sin tomarle una foto, también se sentía solo. Si bien todos lo rodeaban y le preguntaban de todo, yo sentía que él estaba; digamos, “solo”. La prueba es que a pesar de que estaba rodeado por tanta gente que le tomaba fotos y le hacía preguntas hasta por el simple gusto de hacerlas, decidió que no quería más estar “solo”, así que: sacó su teléfono móvil, se lo llevó a la oreja e intentó hablar por teléfono con alguien.

Es en realidad esto posible en las relaciones humanas. El hombre puede sentirse solo, consciente o inconscientemente, en un lugar abarrotado de personas y puede generar acciones que denoten y connoten su estado mental sin darse cuenta de ello.

El hecho es que yo sabía que me sentía solo pero que me gustaba estarlo. Esperaba impaciente la salida de la mujer a la que todos habíamos venido a ver. No me sentía ni triste ni feliz pero empecé a sentirme más confortable que disconforme con la espera porque delante de mí se sentó un Percy Rojas muy sonriente. El popular “Trucha” vestía de traje negro cuando dio un pequeño vistazo al horizonte y se sentó al lado de una mujer con la que intercambió palabras que salían de una boca muy pícara. El Trucha estaba contento y conforme con estar ahí, una sonrisa que no borró nunca de su rostro lo demostraba; misma sonrisa que me contagió y me hizo recordar momentos felices que habían pasado por mi vida. Me sentía afortunado de ver en persona al “Trucha” Rojas con su clásica cabellera de hipocampo que me hicieron recordar también los goles de cabeza que le había visto hacer, con la camiseta crema que yo tanto amo, en los videos.

Aunque me sentía bien ya me estaba impacientando. Elejalder Godos (que apretaba impaciente el micrófono con su emblanquecida palma de la mano) presentó a todos los boxeadores que pelearían preliminarmente en el evento. Esos boxeadores no me importaban en lo absoluto porque yo no había ido a verlos a ellos sino que sólo había ido a ver a Kina Malpartida. Cabe señalar que, obligatoriamente, para escribir acerca del personaje que yo había creado y concebido como mi mujer ideal y que también era boxeadora (para que vean lo malicioso del destino), había yo tenido que instruirme acerca de El deporte de las narices chatas y saber sus reglas y todo lo que a este deporte compete. Pero, a la vez, había descubierto, viendo grabaciones de peleas masculinas, que este deporte no me gustaba. En realidad, desde muy pequeño, nunca me gustó el box, pero como el personaje que creé era una mujer que poseía fuerza física en abundancia decidí que debería practicar un deporte que requiera esa fuerza para justificar su propia fortaleza. Escogí el box. Decidí que el personaje sería una boxeadora.

Halana Leoparda salió antes que Kina. En ese momento me di cuenta de algo decisivo en el futuro. Esa chica, con esos bracitos tan delgaditos, con ese abdomen que a cuatro metros noté tan blando para el box (aunque nunca fue mostrado descubierto por su dueña), esas piernas tan flacas como su rostro de palomita negra y esos ojitos inocentes de una chica de 19 años que todavía no conoce como funciona el mundo, no podría ganarle a una mujer de 28 años que había vivido y se había hecho sola en un país que no era el suyo y en el que tuvo que trabajar para ganárselo. De esa aparición saqué la conclusión de que Leoparda, como lucía en ese momento, no le podría ganar a una campeona mundial de box, nunca.

Luego de esa aparición, ya con Kike Pérez: el gordito juguetón que recordaba por las carreras de formula 1 que tanto me gustan ver, Gonzalo Rodríguez Larraín: un tipo con nariz roja y cabeza de payasito que era el organizador del evento y Castañeda Lossio (que como todo alcalde pretencioso y figurante siempre me cayó mal) en la mesa y con un Julinho que serviría como traductor de lo que Leoparda hablara, se pretendía empezar la conferencia. Julinho se pegó a un lado de la sala junto con el padre de Halana: un tipo bien negro, bastante alto, de rostro fiero al que no me le acercaría nunca si no me mostrara una sonrisa franca; que también estaba atento a todo lo que su hija dijera. Luego, se anunció la entrada de la chica por la que yo me había levantado a las diez de la mañana ese día, todavía, soleado.

Kina entró y el monstruo de la sala se soltó. Los flashes nunca pararon y el grito de Godos parecía nunca extinguirse. La seriedad reinaba en su cara y en la caminada de la inspiradora de esta crónica y de lo que escribí en mi libreta al verla:

Ahora puedo realmente creer los relatos de los poetas que dicen que cuando uno ve por vez primera el objeto de su amor imagina que lo ha visto desde hace mucho tiempo. Que todo amor, como todo conocimiento, es reminiscencia, que el amor también tiene sus profecías en el hombre.


Mi amada se sentó en la mesa y los periodistas empezaron a disparar preguntas, entre atrevidas y ridículas. Mi amada se veía tan bonita mirando hacia un horizonte ocupado por hombres al borde de perder su facultad racional. A menudo los periodistas, y más aún cuando se juntan entre ellos, pueden resultar siendo gente mal educada.

El primero en comunicarse con mi amada fue Luis Carlos Burneo. El personaje creado por este intérprete (homónimo del personaje) no preguntó nada pero realizó una comunicación que me llamó la atención. Después de hacer un gag interrogando a la multitud con la pregunta: - ¿Se escucha? - (Y después de que nadie le respondiera, por supuesto), dijo al micrófono que quería mucho a Kina:
- No se rían. Yo la quiero mucho - dijo exactamente el cómico de la pequeñísima chivita amarillenta.

Esa frase me hizo reflexionar acerca de las circunstancias que estaba yo viviendo en el espacio-tiempo en el que me encontraba. Muchas veces tengo momentos de iluminación (la verdad no sé a qué se refieren exactamente los budistas con iluminación porque no se si la he vivido o no, como en este caso, pero la llamo iluminación por darle una definición a la situación vivida) y me di cuenta, al ver a toda esa gente que había venido a la conferencia, de que el anfitrión del primer piso no se había equivocado al verme como un bicho raro.

Habían periodistas apostados y trepados por todos lados que venían por obligación o porque tenían que cumplir su trabajo para recibir su respectiva paga a fin de mes. Luego, estaban los anfitriones que representaban a las marcas auspiciadotas, entre hombres y mujeres, que nunca se despegaron de sus baners. También, los funcionarios de las empresas que organizaban el evento. En la mesa, al lado de mi amada, estaba el acusado de ser alcalde de Lima, Castañeda Lossio, que, por supuesto, venía en busca de más prestigio. Gonzalo Rodríguez Larraín, el tipo con la carita de payasito siempre sonriente y la nariz roja, era el manager de Kina y, obviamente, tenía que estar presente. Kike Pérez ama el box más que a sí mismo y Arturo Woodman y todos los demás venían por motivos de que al final del mes había que pagar las cuentas. Me vi, en ese momento, tan solo en el salón porque yo no venía por los motivos de los demás. En fin, todos venían por cumplimiento del deber, por afanes figurativos, por compromisos, etc. Yo venía por ella, yo venía por amor.

Mi amada estaba como siempre. Me encantaba su voz, apática y hombruna, poseedora de las cualidades perfectas para ser considerada por mí como estupendamente grata. Sus ojos desorbitados, presumiblemente por los golpes en la carrera, jugueteaban en el aire como buscando atrapar el espacio-tiempo que indefectiblemente observaban al estar abiertos. Su boca, como de fiera al acecho, parecía transportar el aire puro y cálido que ya hubiera deseado ser para tener el permiso divino impuesto a priori por la vida de entrar en ese cuerpo fabuloso. Nunca antes había visto un cuerpo de mujer tan diferente a los que las chicas corrientes les gusta tener: tal vez esta sea la razón más clara del por qué de mi gusto por ella, siempre me gustó tener en mi poder todo lo que fuera diferente a lo que les gusta al común de los mortales. Loco, tal vez… no hay que olvidar que la locura no es otra cosa que el poder de ver más allá.

Las frases que brotaron de su boca eran tiernos rugidos de niña en un cuerpo de dragón a punto de botar ese “fuego sagrado” que guarda en la panza y que sólo deja salir en la selva de madera y cuatro esquinas. Mi amada no es mentalmente rápida (no importa), al contrario de eso, piensa mucho para responder pero lo que responde siempre es exactamente lo que yo hubiera puesto en la cabeza de mi personaje de ficción.

– Mi papá era lo máximo – fue una de sus primeras frases. En esta frase pude cerciorar satisfactoriamente la capacidad que tenía esa mujer para amar. El amor, que, según mi filosofía es la cualidad más importante de todo ser humano pensante y ético, no estaba exento de su cuerpo. Este factor hace que su cuerpo se convierta en una materia aún más completa y hermosa para mí.

Mi amada pronuncia muletillas (este… ah… ¿cómo se llama?... pues…) en todo momento o por lo menos cuando es entrevistada. No tiene reparos, ahora (ya que es campeona mundial), de demostrar que puede estar distraída cuando un periodista le está hablando y le puede responder con otra pregunta como: - ¿Me repites la pregunta, por fa’? - ¡Cuanta inocencia maliciosamente dulce y cuanto descaro fino, divino y grato (tan en buena onda) pude hallar en esa mujer!

Otro periodista volvió a hablar del fallecido progenitor de la boxeadora, comentario al cuál Kina dejó bien en claro que ya no quería hablar más de él y sentenció:
- … que mi padre descanse en paz - Fue la sentencia más sublime que una hija le podía hacer a su padre ya fallecido.

Pero la frase que más me gustó escuchar fue la más atrevida y también la más naif de la tarde en respuesta a una pregunta aún más naif. Una periodista le preguntó a Kina si ella y La Leoparda podían darse un abrazo en ese mismo escenario. Como La Leoparda se había burlado del apellido de su contrincante (no se dude que inocentemente, porque la brasileña es todavía más inocente que la peruana) diciéndole que se iba a quedar bien partida luego de la pelea, la acción que la periodista pedía se convertía en un tipo de fetichismo. Kina Malpartida, muy orgullosa de su apellido (como debe de ser siempre), le dijo una frase que bien se podría encontrar en una sitcom, género de televisión que seguramente mi amada disfruta ver, y que, para los que lo conocemos, resaltaba el fuego sagrado e invisible (a la gente común) que revoloteaba en su espíritu: - En tus sueños -

Mi amada es pleitista, y me gusta. Cuando su representante le sugirió que baje un poco las revoluciones (ignorando toda aplicación correcta del marketing en la cultura pop), la pleitista le refutó:
- ¡No, carajo!… ¡no me da la gana! No me digas que decir, oe… - Mi amada habla lisuras (como yo), y me gusta.


La Pesada

En mi vida sólo he asistido a un quinceañero. Me tocó crecer viendo paranoia y dolor. Pero, nunca olvidé las fiestas de quince años clásicas de la televisión en la que la cumpleañera baja de un segundo piso por una escalera arqueada como caracol con un vistoso vestido blanco y rosado para que todos los asistentes, parados entre copas de ponche y bocaditos dulces y salados, se queden viéndola como nunca la han visto y como, seguramente, nunca la volverán a ver.

La pesada se desarrolló en el Country Club de San Isidro. El espacio que nos habían otorgado era grato, la mitad techado y la otra mitad no. En la mitad que no estaba techado había una escalera arqueada en forma de caracol. En la mitad techada había una mesa llena de copas para champaña y un espacio que sugería la espera de bocaditos dulces y salados. La situación era una fiesta de cumpleaños y la princesa iba a bajar por sus escaleras como en las novelas de amor.

La princesa bajó con una casaca blanca y un pantalón deportivo que le cubrían las marcadas y blancas piernas. Cuando la vi bajar rememoré los antiguos íconos de mi infancia novelística. Era el amor el que yo veía caminar por el verde pasto del jardín que conducía a la balanza donde sería pesado el físico de la fiera.

Kina bajó a revisar el peso de su contrincante. Se había dicho que La Leoparda pesaba un kilo demás. La Leoparda se pesó con ropa y zapatillas. Ignoro el por qué no quiso desprenderse de su ropaje, como luego lo hizo Kina, pero cuando subió a la balanza, la extranjera pesaba 60 kilos; un kilo demás. Luego se quitaría las zapatillas y lograría los 59 kilos que le permitirían realizar la pelea. Mi amada pleitista bajó súbitamente por esa razón, quería cerciorarse de que el padre de Leoparda no hiciera trampa y, si se hubiera dado cuenta de un posible fraude, nadie dude de la magnitud notable de los reclamos que la campeona hubiera propiciado de haber olido una posible trampa. Ser pleitista es su naturaleza, es la naturaleza que yo también amo.

Malpartida se quitó la ropa para pesarse (vestía un bóxer plomo) y mostró su abdomen, partido en incontables cocos, a todos los periodistas, camarógrafos y fotógrafos. Los músculos de sus brazos parecen tener vida propia. Su cuerpo ha sido fabricado para el box y el box ha sido fabricado pensando en que algún día un animal como este le dedicaría su vida.

No pude grabar mucho con mi cámara, los periodistas (como ya dije antes), que habían ido por su noticia, eran capaces de cualquier cosa por tener imágenes de ella Inclusive, podían pararse frete a las protagonistas y no dejar que nadie más las vea.

No pude hacer más que reparar el lo que estaba a mi alrededor (porque no podía ver más allá de lo que estaba a mi alrededor). Un mozo del club: bajito, de cabello negro, de raza mestiza y de color marrón, estaba parado frente a mí. No me tapaba (con su estatura no podría taparme nunca), sólo estaba parado frente a mí. Reparé en su chaleco negro y me di cuenta que tenía una mancha blanca en el centro de su espalda. Era imposible que él sólo se diera cuenta de que tenía esa mancha blanca en el centro de su espalda, alguien tenía que decírselo para que él tomara acción sobre ese problema. Se supone que nadie lo hizo, o, si alguien lo hizo, nadie se preocupó en hacer algo al respecto. En similares circunstancias se haya nuestra sociedad. Nadie se preocupa por el otro, sólo se preocupan del beneficio propio. Unos periodistas se paran y tapan a los de atrás, otros, sin ser periodistas, se paran para tener una fotografía de recuerdo en su celular y tapan a los demás. Unos hombres surgen desde abajo pero entorpecen las acciones de otros. Nadie está exento de comunicación con las demás personas y, aunque esta comunicación es necesaria, es requerimiento necesario también que la sustancia del hombre esté llena de sentimientos éticos y morales. Yo iba con el amor en el espíritu. Todos los demás iban con el casete en la cámara.

Kina pesó 59 kilos, igual que Halana (sin zapatillas, pero con ropas), y la pelea se daría lugar en el Coliseo Dibós. Comparé mi peso con el de Kina. Me imaginé cargándola. Me imaginé peleando contra ella. Me imaginé que al pesar siete kilos más que ella podría darle lucha. Me imaginé que tal vez podría ganarle. Lo hice porque pensé que tal vez no le gustaría esta crónica.

Una empresa anunció que le prestaría a la dueña del cinturón del campeonato mundial de peso súper pluma de boxeo femenino un automóvil que podría usar por un tiempo no establecido mientras se quedara en el Perú. El automóvil tenía un sticker de Kina pegado en la capota delantera, justo al centro. Esta situación me hizo recordar una canción de REM y pensé que tal vez ella sentiría que, sino su religión (por religión entiéndase que se pueden entender muchas cosas, no sólo la creencia en un dios), que tal vez sentiría, como es normal, que ya había perdido algo. Pensé que tal vez no sería la misma de antes, pensé que tal vez tendría que haber cambiado, pensé que ese cambio debería de considerarse normal en esta situación porque la gente no pierde su vida privada todos los días, o, no es, reglamentariamente, una ley de la vida.

Aún así; me había dado cuenta (por la actitud, la forma de expresarse y la manera de hablar) que la mujer que veía en ese espacio-tiempo era la viva encarnación del personaje que había “vivido” desde hace tantos años en mi mente. Estaba más convencido que nunca (aunque sé que no se puede considerar como real) que “alguien” o “algo” había sacado de mi cabeza a esa idea y la había convertido en una mujer de verdad.

Además de inspirar estas líneas se me vino a la mente la idea de escribir una película cuyo personaje principal estaría inspirado en ella. Mientras estaba pensado aquello, tomé mi libreta y busqué un lugar para sentarme a escribir. Advertí una pequeña pileta, en la parte destechada del lugar, que brotaba agua de su centro. Me acerqué a ella y me senté, con la copa de Coca Cola y algunas galletas que muy amablemente me ofrecieron los anfitriones, en el borde cementado de la pileta y escribí:

Ahora veo tan lejana la posibilidad de igualar la belleza que veo en esta guerrera, puesto que no puedo hacerlo aunque juntara la belleza de todas las chicas que vieron mis ojos en el pasado. Con mis ojos, se me hace totalmente imposible ver a Giselle Bunchen, Elsa Pataki, Tilsa Lozano o Stephanie Cayo, más hermosas que este precioso ejemplar considerado, por mí, hecho para mí.

De similar lejana manera veía antes la posibilidad de verte personalmente cuando golpeabas rostros en Australia. En otras épocas hubiera tenido que navegar el océano entero (y lo hubiera hecho) para poder conseguir que las horas de mis días no sean tan largas. ¿Qué hace de las horas de mis días tan largas? El no tener el factor que las haría cortas. Hoy te veo tan cerca porque el destino quiso que compartamos una sola patria y agradezco al destino por eso.

La pesada terminó y Kina subió por las mismas escaleras por las que bajó. Leoparda dejó más tiempo para las declaraciones, pero también dejó algo muy claro: Ella no le ganaría a Kina el sábado en el Dibós.

Aunque las dos boxeadoras pesaban igual, era muy claro que Kina poseía más fuerza y más físico que la chica de 19 abriles. Los brazos de Kina eran mucho más gruesos que los de su adversaria. Sus hombros estaban mucho más marcados. Sus piernas se veían más ágiles. Inclusive, sus andares eran diferentes. Kina parece no caminara sino flotar sobre el suelo. Cuando se pararon frente a frente delante de la balanza la campeona miró a su rival con rostro muy serio y amenazante, pero luego ella misma destrozó su expresión para brindar una sonrisa al público. Parecía haberse dado cuenta que esa mujer de greñas amarradas y bozo inocente no le demandaría un esfuerzo sobrehumano para caer derrotada. Si yo (que no sé mucho de box) podía ver esa situación, se concluye que es una conclusión casi universal.

Otros boxeadores fueron pesados ese día. Un funcionario del evento declaró antes de la pesada que si alguna de las boxeadoras no “daba” con el peso, la ley marcaba que esa boxeadora tenía derecho a un plazo de dos horas para bajar el peso por el que se excedía. Si era la campeona, la pelea podía realizarse, pero en caso de que ganara, el título quedaría vacante. Un boxeador peruano se excedió en el peso por dos kilos y luego de que todos los periodistas se dispersaran al término del evento, lo vi volviendo a la balanza y volviéndose a pesar. Estaba desnudo (sólo portaba un calzoncillo) y volvía a subir a la balanza a esperar el milagro.
- ¡Qué raro! - Dije, - ¡Nunca se me habría ocurrido que un boxeador llegara a estás circunstancias! -.


El Coliseo

Todo lo que había vivido hasta el momento había pasado frente a mí como la revelación en realidad de mis pensamientos creativos.

Viajé rumbo al coliseo en un autobús de transporte público en el que me tocó sentarme al lado de una chica que llevaba un peludo perro de unos diez días de nacido.

Al principio pensé que lo que llevaba en los brazos era un bebé, porque lo llevaba envuelto en trapos celestes y amarillos, y además lo engreía mucho.

El perro sacó su cara por entre los trapos y me miró, yo lo miré a él, y nos miramos mutuamente a los ojos.

Imaginé que todos tendríamos que haber sido bebés alguna vez y por lo tanto tendríamos que haber mirado a la gente como ese perro me miraba a mí en ese momento. Todos tendríamos que haber visto a alguien a los ojos sin saber que lo estábamos viendo. Imaginé que tal vez Kina y yo (al ser casi contemporáneos) habríamos mirado así a la gente alguna vez en alguna momento de nuestras vidas en el mismo tiempo. Imaginé que en la pelea podría acercarme lo suficiente para poder verla a los ojos y, mejor aún, que ella mi mirara a los ojos también.

En las afueras del coliseo encontré lo que normalmente esperaba encontrar. Había polos, fotos, binchas, etc. Lo que más ofrecía la gente eran las entradas. Una lección que aprendí en la cultura pop “concertista” (que es el nombre que le doy a los eventos artísticos con asistencia masiva de público aunque no sean conciertos) es que siempre hay entradas. O, mejor dicho, no importa si en la televisión dicen que hay entradas o no, o si dicen que las entradas están agotadas, o si no tienes dinero; si tú quieres entrar sólo tienes que ir. Si vas, no importa lo que pase, vas a entrar.

El carro que le había sido otorgado en calidad de préstamo a Kina Malpartida estaba apostado en un rincón del frontis del coliseo. Había una feria de varios productos. Nada interesante. Pero, cerca de allí, estaban dos anfitrionas regalando tomatodos a los asistentes vestidas con ropas muy pegadas que dejaban ver sus exuberantes cuerpos.

Al ver la escena empecé a reflexionar. Era claro que me gustaban las chicas que estaba viendo, pero también era claro que me sentía más atraído por la mujer a la que había venido a ver. Comparé mis dos tipos de gustos y, al darme cuenta que eran gustos muy diferentes, por alguna razón que ignoro, pensé en el tema de la bisexualidad. Me pregunté si yo le gustaría a Kina. Saqué mi libreta, busqué un lugar para sentarme, y escribí:

Si ella no se interesa en mí, ya sea por razones biológicas o lo que sea, mejor sería que cuando ella lea esta crónica yo estuviera muerto. Así sería mejor y me consideraría más cerca de mi objetivo porque así cabría por lo menos la duda de si ella (que es la única que puede hacerlo) me hubiera otorgado lo que “fue” y, en el presente, por lo tanto, “es”, mi - propiedad intelectual -.

Antes de entrar al coliseo volví a leer lo que escribí y añadí al final del texto:

Escrito medio en serio y medio en broma.

Nunca hay que estar tan loco.


La Pelea

Elejalder Godos, que esa noche también fungió de anunciador, había asistido al evento con el mismo traje que había lucido días atrás en la conferencia de prensa. Muchas personas públicas y periodistas que habían asistido a la conferencia se encontraban en el lugar. Luis Carlos Burneo, el único periodista que había confesado poseer un sentimiento especial por Kina, al decir: - Kina, yo te quiero mucho. (Risas) No se rían. Yo la quiero mucho -; no estaba en el evento. Tal vez no me gustó que el tipo de los lentecitos graciosos “confesara” que sentía algo por la chica (que todos sabíamos que era un chiste, claro) y que luego ni siquiera se presentara a la pelea en sí. Tal vez no me gustó que hablara de amor hacia la chica que yo “inventé” en mi cabeza (tal vez no me gustó que “jugara” con el concepto del amor) y que, con cierta “razón”, llamo mi amada; pero consideré que mi molestia no tenía fundamento. Además, todo esto iba en contra de mi filosofía del amor. En caso de que esta paradoja resulte verdadera, mi filosofía del amor diría: No me gusta que ames a la mujer que amo pero defendería a muerte tu derecho a amar.


El anunciador agradeció frente a la audiencia la asistencia de muchos personajes de la cultura pop peruana. A continuación una lista:

Luis Castañeda Lossio (Alcalde de Lima): Fue el más pifiado de todos. Una fuerte y ensordecedora silbatina. Se llevó el trofeo.

“Cuchi” Souza Ferreira (Dirigente Club Alianza Lima): Recibió una tremenda silbatina pero no lo vi. Creo que no se atrevió a asomar la cabeza.

Álamo Pérez Luna (Periodista): Había ido obligadamente. Pobre, alguien lo sacrificó.

Laura Huaracayo (Conductora de televisión): No fue tan ovacionada. Aunque se escucharon algunos hinchas.

Alberto Tejada (Ex Árbitro de Fútbol): Aunque es y ha sido más cosas que un árbitro de fútbol (como médico y alcalde) le debe su fama al deporte rey. Fue más o menos (más menos que más) bien recibido.

Pedro Suárez Vértiz (Músico): Ovacionado por todos. Cualquier cultura ama a sus artistas.

Micky Rospigliosi (Periodista): Muy aplaudido, sobre todo después de saberse que su enfermedad cancerígena volvió a él. Todos lo querían.

Paolo Guerrero (Futbolista): Este tipo ocasionó un escándalo en el coliseo. Un gordito que estaba delante de mí gritó muy fuerte: ¡Aaaahhhh! ¡Paolín Lín Lín!


El himno nacional de ambos países (Brazil y Perú) fue cantado antes de que las boxeadoras salieran. El padre de Leoparda cantó el himno brasileño. La gente casi lo pifia al principio pero al final terminaron por aplaudirlo. La valentía siempre es respetada en cualquier cultura. Luego, una niña vestida de rojo (que me hizo recordar a la niña de rojo de una película de Spielber) cantó el himno peruano pero al final se muñequeó un poco porque tal vez nunca había cantado el himno junto tanta gente.

En un momento tuve una “experiencia sobrenatural”. “Escuché” a Kina rezando dentro de su camerino. No recuerdo muy bien toda la “experiencia” sino lo último que “dijo”:
- Viejo, aunque reviente, voy a seguir boxeando -

Leoparda salió primero. Su padre: El hombre negro de casi metro noventa de estatura, con rostro amenazador y crudo que usa un cuerpo como el que hubiera usado el mismo Ajax; caminaba delante de ella. Ambos subieron al ring para ser pifiados medianamente. Parecía que la gente no tenía muchas ganas de “atacar” a Leoparda. Parecía que, al igual que yo, sabían que la oriental no tendría muchas chances de derribar a tremenda mujer que ya se asomaba por la entrada.

Malpartida entró junto con su desconocido entrenador y el coliseo tembló. Los gritos que escuché esa noche no se me salieron de la cabeza hasta el día siguiente. Kina, mi amada, estaba en el ring.

Los albinos réferis, el embetunado anunciador, mi amada y su juvenil rival estaban parados en el ring. Mi sacalagua amada se acercó al centro de su trono cuando escuchó su nombre en los altoparlantes y, como un varoncito imberbe y bien educado, saludo los cuatro lados de la colosal audiencia con una inclinación de tórax, muestra de humildad y cariño, a su modo, para los que la habían venido a ver y la verían en su terreno: donde ella es la ama y señora.

Su hermoso rostro estaba aún más embellecido por el protector bucal que le formaban protuberancias alrededor de sus labios, tan hermosos como los labios de un fagotista que toca sus más dulces melodías para tranquilizar los latidos de mi corazón.

Mi sacalagua amada se deshizo de sus prendas y dejó ver su encendido cuerpo.

Tus abdominales eran los mismos de días pasados, tan marcados que parecían querer salirse de sus cavidades, lo más hermoso que se puede encontrar en una mujer. Tus hombros eran los mismos dos trozos de carne que suponían ser tu fuente de energía y tu ventaja física que usarías sin temor ante cualquier adversaria que se te pusiera al frente. Tus brazos, hechos dos pitones, capaces de apretar y destruir todo lo que se le ponga de rival, sin marginar ni tenerle miedo a la impenetrabilidad de la materia. Y tus piernas: tus flacas, musculosas e interminables piernas; tus piernas cada vez más largas saben que no puedo volver atrás. La ciudad ya se nos meaba de nervios.

Todo lo que estaba en ella me gustaba, hasta la crema que su entrenador le embadurnaba en la cara. Me gustaba como se hinchaba su boca con el protector bucal. Me gustaba su mirada de loquita a punto de estallar. Su guante fino, su piel reseca, los lugares de su cara en los que algunas vez crecieron moretones. Todo en ella me gustaba.

La campana sonó. El público se estremeció. El réferi se emocionó. El padre de Leoparda temió. Leoparda se alentó. Kina, con la mirada, le gritó: - Párate derecha y golpea fuerte, que estás a punto de pelear con una mujer - .

Kina empezó la pelea queriendo ganar desde el primer round. La peruana arremetió a coscorrones a la retadora sin dejarla decir nada, era claro que ella salía a matar. Leoparda atinó y conectó algunos golpes certeros que no hicieron daño al hermoso animal que parecía no tener otra cosa en la cabeza que matar y matar.

La gente gritaba y se emocionaba. Creo que muchos de los que estábamos en el coliseo esa noche jamás habíamos asistido a una pelea de primer nivel como la que estábamos presenciando. Kina no parecía dudar de que sus golpes, cada vez más fuertes, terminarían haciéndola ganar. Los intentos de la chica de Bahía no parecían hacerle nada al rostro de la campeona porque éste parecía endurecido por todos los años que trabajó para lograr estar parada en ese pedazo de madera junto con sus guantes.

En el primer round sucedió algo que vislumbraba el futuro. La campanilla del final de los primeros dos minutos sonó pero Kina siguió golpeando, Leoparda se detuvo, pero ella le conectó casi dos golpes en la cara fuera del tiempo establecido. Halana y su padre se quejaron pero la multitud también jugó. Esto era un indicio de lo que se disponía a hacer mi amada. Esa noche, ella estaba decidida a ganar, o en su defecto, a ganar. El animal se había soltado.

Al verla ahí, recibiendo golpes y dando más, me di cuenta de algo que palpitaba en su corazón. Me di cuenta que la ex surfeadora, de 28 años y huérfana de padre; no llevaría nunca el box en la boca para vivir de él, sino que lo llevaría siempre en el corazón, para morir por él. Kina sabe que, si vive su presente peleando, el futuro será suyo.

Cuando Leoparda descansaba parecía más cansada. Cuando Kina descansaba, parecía saber lo que estaba haciendo. La mirada de la peruana parecía tramar una estrategia, una solución al problema, parecía pensar. La mirada de la brasileña parecía buscar la respuesta a tanta furia concentrada. Leoparda, como todo animal homónimo, nunca demostró miedo. Valientemente se le acercaba y trataba de rebotar en el cuadrilátero para confundir y seguir golpeando, pero la del cabello recogido parecía no sólo rebotar, sino flotar sobre la madera hueca.

Malpartida conectaba golpes pero Leoparda los recibía valientemente con sus dos guantes frente a la cara. La espigada chola de largas piernas se abría paso con su fino guante que le quedaba del lado del corazón para luego arremeter, con toda la mala fe del caso, a la cara de su víctima con el guante diestro que más tarde sería el más ovacionado.

En un momento en que la pelea se detuvo saqué mi libreta y escribí:

Kina no duda en hacer trampas. Le ha conectado un certero golpe en el vientre a Leoparda y, literalmente, la ha sentado en el suelo. Ha sido un golpe de derecha que la oriental no ha soportado. La pelea se ha detenido por unos segundos. Leoparda está sentada en el suelo y se queja de que Kina la ha golpeado deslealmente. Kina parece saber lo que ha hecho. Se ha parado recta en una esquina neutral del ring sin hablar con el réferi, ni siquiera quiere ver a su retadora. No deja de moverse para no enfriarse mientras Leoparda sigue en el suelo, en una esquina del cuadrilátero. No puedo evitar ponerme en las botas de Leoparda e imaginar esa escena. Yo nunca escaparía, yo preferiría morir en sus manos a escapar. No sé mucho de box, no sé si lo que acaba de pasar sea considerado como trampa o golpe ilegal. Igual: Amor, te banco a muerte.

Luego de esa acción Halana no fue la misma nunca más. Llegó el round séptimo y la Dos Santos sólo atinaba a cubrirse para no recibir más castigo de la que, para ese momento, parecía interminablemente fuerte. Mi amada siguió tirando golpes pero su adversaria no caía, parecía más dura de lo que se veía. Kina Malpartida conectó dos golpes de izquierda que hicieron retroceder a la de cabellos entrenzados, y luego, en una rápida acción, alcanzó a puñetera el lado izquierdo de la cara de Halana y el réferi detuvo la pelea, agitó los brazos y la gente rugió. Era el triunfo de la peruana, mi “creación literaria”, que había venido a su ciudad a mostrar lo que ella era.

El padre de Leoparda subió al ring para besar el guante derecho que había golpeado el rostro de su hija y reconocer su derrota ante una mujer indestructible. Yo advertí el alboroto y baje hacia el ring para acercarme lo más posible a mi amada. Leoparda salió aplaudida sobre los hombros de su padre, alguien pegó una etiqueta a su frente que decía: Valiente. El ring soportaba el peso de unas 30 personas, entre ellas muchos periodistas, que buscaban la toma perfecta del cuerpo de la ganadora. Yo llegué al estar parado al borde del ring en donde puse el cuerpo de mi amada en el cuadro de mi cámara obteniendo una considerable toma de ella. Fue en ese momento que fui iluminado.

Kina estaba llorando en el centro del ring. Un discurso corriente estaba siendo pronunciado en los altoparlantes. Como impulsada por un acto divino ella bajó la vista hacia el borde del ring que estaba frete a ella y me miró a los ojos. Se veía tan tierna, tan dulce, tan vulnerable, tan contenta, tan empapada de lágrimas, tan sudorosa, tan golpeada, tan emocionada, tan hermosa, tan sexy… Esa mirada me rompió el orden-desorden que guardo celosamente en mi cabeza, rompió la coraza con la que cubro mi corazón contra las desviaciones emocionales, rompió mi forma de ver el mundo y me hizo verlo desde sus ojos, desde su cuerpo, desde sus piernas, desde sus puños, desde ella en su sustancia. Ignoro como me veía yo y si ella me recuerda, tal vez solo vio al vacío esperando oír su nombre en los altoparlantes para alzar los brazos en señal de triunfo, tal vez solo yo la vi a ella.

No contento con eso y queriendo saber que se sentía tocar el cuerpo de mi amada (“mi creación” para mí) me paré al lado de las escaleras por las que bajaría. Los agentes de seguridad despejaron a todos los abarrotados en la escalera pero, milagrosamente, no me despejaron a mí, y me quedé al lado del cerco humano por el que pasaría ella.

Kina bajó con los guantes puestos, por eso, no tenía estabilidad y buscaba apoyarse en la gente que estaba a su alrededor. Bajó las escaleras con mucho cuidado de no caerse. Parecía una niña fuerte pero torpe tratando de aprender a caminar. El rostro de Kina, visto de cerca, muestra la acumulación de golpes que ha recibido en toda su vida. La talla de Kina es algo imponente, al mismo nivel del suelo, es sólo cinco centímetros más baja que yo. Ciertamente, se veía más alta que muchos periodistas. Debajo de su nuca noté manchas de sangre, como si alguien hubiera abierto la boca para dejar caer la sangre que en ella acumulaba. Su cuerpo y la parte trasera de sus largas piernas mezclaban gotas de sangre con sudor, como si alguien hubiera sangrado detrás de ella. Me di cuenta que esa sangre provenía de la boca de una chica brasileña con cara de pollito, todavía afectado por el acné de una adolescente, que habría recibido un certero golpe en el vientre minutos antes.

Cuando mi amada pasó cerca de mí, despegué los tacos de mis botas del suelo para tocar su cuerpo. Luego, a la salida del coliseo, escribiría en mi libreta:

Mi mano izquierda alcanzó a tocar el omóplato izquierdo de su cuerpo. Esta ha sido una sensación singular que jamás viví en el pasado. No puedo comparar ni siquiera mi primera experiencia sexual con esta sensación. Siento como si hubiera tocado parte de mis pensamientos o parte de mis ideas divinamente materializadas por una fuerza superior que desconozco.

Mi mano izquierda, la misma con la que escribiré la crónica, se ha quedado con parte de esta historia en su piel. El sudor de mi amada (de mi “creación”, de mi personaje) se ha quedado impregnado en la piel de mi mano izquierda; trae algo de la sangre que estaba en su cuerpo también. No sé que hacer con él. Llevo mi mano hacia mi rostro y lo acerco a mi nariz. El olor que emana no es un olor conocido por mí, parece un olor a vacío, parece un olor a agua de manantial, si tuviera que describir este olor sólo alcanzaría a decir que es el olor del cielo; que si dios tuviera un olor, sería este.

Al irse, la campeona mundial de peso súper pluma, dejó mucha gente afuera. Fui en ese momento testigo de una escena “humanoide”.

Un “agente” de seguridad, uniformado con chaleco negro, perdió su gorro del uniforme en el forcejeo. Miró entre mis piernas pero no lo encontró. Con la excitación del alboroto se desesperó y trató de quitarle el gorro a su compañero que estaba a su costado. Su compañero llevó sus dos manos a la cabeza para evitar que su gorro del uniforme sea separado de sus cabellos. El otro “agente” pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo y dejó se hacerlo. Esto sucedió en unos tres o cuatro segundos. Imaginé que la escena “humanoide” de la que había sido testigo se debía a que un uniforme debía ser devuelto completo o que, tal vez, alguien recibiría un reproche.

Me di cuenta que hasta en momentos de gloria de un país entero las opresiones económicas del sistema social no estaban ausentes. Recordé entrevistas en las que Kina “Dinamita” Malpartida había confesado que trabajó en supermercados por mucho tiempo antes de convertirse en campeona mundial. Recordé que pocas personas tienen la capacidad de persistir en lo que creen, aún en condiciones adversas. Recordé que pocas personas saben la fórmula para superar barreras. Recordé que pocas personas saben que saben la fórmula. Recordé que pocas personas revelan la fórmula. Recordé que Kina no tenía hijos.


Ahora sé que Kina sabe que la sociedad puede resultar ser un gran enemigo en las metas de un ser humano, pero que aunque ésta le corte todas las flores a una mujer, nunca podrá acabar con su primavera, que tan inminente, todos los años, volverá.

Esa noche, antes de dormir, busqué mi libreta (que se había mojado con Pepsi) y alcancé a escribir el poema que quería que ella leyera:

Loca linda que derribas a las mujeres
con tres golpes disparados al compás
de tus dos piernas cual lagunas interminables
y un cuerpo musculado que transpira más y más

Amazona de una selva de griteríos
acomódame el corazón con tu actuación
utiliza la fuerza de tus puños
que para eso te fue dado tu corazón

Tu guante frío rompe y sangra y todos miran
te tomas un gran respiro y te olvidas
de todos los que te vemos y te amamos
y las cosas que sufriste las olvidas con cualquier jap

Y en la altura que te da el cuadrilátero
yo te observo y te adoro más y más
cada finta y cada golpe que recibes
lo siento mío pero es tuyo nada más


Un amigo me dijo días después: - Yo no creo que sea sexy ¿por qué tú sí? - No supe qué responderle, porque ni yo mismo sabía por qué la veía tan sexy, así que le contesté: - Tal vez la sensualidad sea subjetiva -

Luego, cuando creí que habíamos filosofado más de la cuenta, me dijo: - ¿Qué es lo que tanto amas de ella? - Puesto que no me había interesado mucho en el box anteriormente, pensé que era una buena pregunta: - Si te lo digo pensarás que soy pretencioso -

- No, no pensaré eso, yo sé que simplemente estás loco. Puedes decírmelo -

- Tal vez creas que miento o salgas más confundido que yo con la respuesta -

- ¡¿Puedes sólo decírmelo y ya?! -

- Su capacidad de endurecerse sin perder jamás la ternura -

- ¿Qué? -



J C