viernes, 24 de diciembre de 2010

EL MUNDO B o: cómo aprendí a parar el miedo y amar la homosexualidad




Me despierto y me conecto con A.

A es mi amiga lesbiana que me ayuda a aliviar el padecimiento que representa la vida.

A es mi amiga y yo estoy apagado sin ella. A y yo.

Necesito a A porque no puedo estar sin inspiración. Necesito a A porque sin inspiración soy una persona común, y no me gusta ser una persona común. Salvo cuando duermo. Entonces puedo estar sin inspiración. Cuando duermo puedo ser una persona común.

Me despierto y me conecto con A.

-Hola.

-Hola. ¿Quién eres?

Espero a que A vea mi correo electrónico y se dé cuenta de quién soy (¿los de la vieja escuela se acostumbrarán alguna vez al internet?).

-¡Ah! Ya vi tu correo. Hola, ¿cómo estás?

Enciendo el televisor y pongo un video, es la película Eastern Promises. Pongo justo la parte en la que Viggo Mortensen, completamente desnudo, pelea en un sauna contra dos asesinos a sueldo provistos de cuchillos nepaleses (eran como los nepaleses pero aún más inclinados). Trato de ver  si a Cronenberg se le pasó algo en la edición y dejó ver más de lo necesario de las entrepiernas del actor argentino, pero nada.

-¿Van a ir al Búho Rojo este sábado?

Le pregunto por ella y su novia M. Mortensen hunde el cuchillo nepalés en el ojo del moribundo y termina la escena.

-No. Más bien, te invito a un compartir en mi departamento. Irá la gente del bloque estudiantil.

-OK, yo voy. Dame la dirección.- Le dije, aunque no conocía a ninguno de los personajes implicados.


Reconocí a A desde lejos. Entró al edificio acompañada por alguien más. Su tremolante cabello, que siempre envidié, y su particular andar, como aquel que quiere marcar el suelo que pisa con sus huellas, la hacían inconfundible.

A ya había entrado al departamento cuando conseguí pararme frente a los timbres que accionaban el citófono, pero ni bien encontré el número que A me había dicho que tocara, ella apareció de súbito a mi costado. No alcancé a ver más que un plano busto de M. Parecía brillante, estaba adornada con su propio sudor que se hacía de un raro color dorado por el reflejo de las luces amarillas que iluminaban la entrada del edificio.

-Por favor, me despides de A. No puedo volver, tengo que ir a la graduación de mi universidad y ya es muy tarde.

Supongo que debí estar también iluminado. La iluminación debió haber provenido de lo que veía. Supongo que, como hacía tiempo que no la veía, no recordaba bien lo linda que podía lucir. Nunca la había visto usar esa blusa transparentada y, aunque no era el primer viernes de abril de Wonderbra, eso fue lo que me impidió bajar más la mirada. Su aspecto y su forma de hablar me avisaban que había tenido una rápida conversación telefónica con alguien que había removido su ya tensa preocupación por estar en otro lugar que no fuera el lugar en el que estábamos.

-Yo le diré que te despides de ella. No te preocupes.
Me dio el beso de despedida y se fue. Tenía que irse y se fue.


A me abre la puerta con su deliciosa cara, que siempre porta una mirada cautivante, a veces diabólica, pero la mayoría de veces angelical: muy difícil de describir con palabras aún para mí.

-¿Te tengo que presentar con todos, supongo, no? -dice A, antes de introducirme al cerebro todos los demás personajes con los que me fascinaría en adelante- Ellas son mis amigas, -me presenta con dos chicas conversando muy de cerca, como midiendo la distancia para lanzarse un tierno beso provisto de lujuria- pero que también son “bi”, así que…

-Hola. ¿Eres bi?

-No.

A aclara mi sexualidad.

-¿Eres hetero? Bien, nosotras somos abiertas. Open. Todo bien.


La más alta me ofrece su amistad. La más baja sonríe. La más alta me causa curiosidad. La más baja sigue sonriendo y ahora mira a su amiga. La más alta me conversa, admira el parche del Che que llevo en la chompa. La más baja toma una actitud más masculina y la toma del brazo. La más alta sigue sonriendo, mientras A me presenta a otra chica. Ambas, la más alta y la más baja, están en la oscuridad.

E me mira a la cara cuando me habla. Vuelve a elogiar el ícono argentino de mi prenda y cada vez que me mira a la cara se puede ver el esfuerzo enorme que hace por verme a los ojos, no sólo porque las luces de todo el departamento están apagadas, también porque es de baja estatura.

-¿Te llamas E? ¿Cómo la novia de Drácula?

E busca ayuda en G que está parado a mi costado. G es más andrógino que yo. G le dice a E que lo que acabo de decir era un elogio.

-¿La novia de Drácula es bonita?

Noto que G hubiera querido ser como Winona Ryder.

-¿Te gusta Winona Ryder?

G piensa su respuesta. No recuerda que sabe de lo que le estoy hablando hasta que recuerda que lo sabe.

-Sí. -responde, cambiando un poco el porte que llevaba- Muy buena. Me gusta mucho en “El Joven Manos de Tijeras”.

-¿Pero, te gusta ella?

Disparo otra vez, como queriendo matar de a pocos su sexualidad femenina. Lo consigo.

¿Sí, me gusta?

Sonrío.


A me presentó a su amigo enigmático. Lo llamaban El Oráculo. Quiero volverlo a ver, no porque me haya gustado, sino porque tengo mucha curiosidad por verlo sobrio.

El Oráculo era pequeño. Parecía un Andy Serkis joven. Me recordaba a la piel del Gollum que interpreta Serkis. Los residuos de un elemental acné dibujaban una rara pero no desagradable bruma en su rostro. 

El Oráculo se paró frente a mí cuando yo estaba sentado al lado de los parlantes, que hacían escuchar indefectiblemente la música que todos por obligación debían escuchar (ya que los humanos no podemos cerrar los oídos sin usar las manos). Tenía una actitud amenazante, como aquel que se concentra para pelear contra otro que es más grande que él. Miraba fijamente hacia un punto específico sin mover un solo músculo. Lucía como debe haber lucido Sid Vicious cuando el policía le preguntaba si había llamado al 911 antes de que su novia se muriera.

-¿Tú eres heterosexual? -Me preguntó el pequeño hombre de mirada perdida y actitud robótica- Dime.

-Sí.

Asintió apenado. Ahora lucía decepcionado. Parecía que una ilusión se le había salido del cuerpo.

-Está bien.

-¿A ti te gustan las chicas?

Le pregunté para fortalecerlo.

-Sí.

-A mí también.

-Yo tengo un rechazo contra los heterosexuales.

Me había hablado con la dificultad que tienen todos los ebrios para controlar la lengua y que ésta no les dificulte la pronunciación de las palabras. Me sentía en casa con su comentario.

-Yo también.


Luego de elogiar el parche de Guevara que llevo siempre del lado del corazón por enésima vez, se me acerca un muchacho grueso, vestido de negro, peinado con raya al costado y, si él quisiera pararse erguido, de posible porte masculino. Su rostro era el único factor que lo delataba. Su mirada tenía un aire femenino, una transformación en pleno proceso.

-¿Tú eres hetero?

Ya me había aburrido un poco la pregunta.

-¿Sí?

-¿Y, qué haces acá?

Por la forma en que lo dijo pensé que no me quería en ese lugar.

-¿Quieres que me vaya?

-¿No, claro que no? ¿Pero, no tienes enamorada?

El aura se me subió desde los tobillos hasta los hombros. Sentía el orgasmo espiritual (lo llamo así porque no encuentro otra forma de describirlo) que por lástima es involuntario, pero que siempre que lo siento es tan agradable que trato de mantenerlo lo más posible conmigo. El bisexual me había puesto en el lugar en donde siempre merezco estar, el lugar del más raro entre los raros. Ya era aquel que era raro a donde iba, pero en ese departamento llegué a ser visto como raro aún entre los raros y me gustó.

-¿Tú puedes tener una erección con una mujer?

-¿Claro? Pero, para tener relaciones, con una mujer; pero, para enamorarme, con un hombre.

Me regocijé en lo que estaba viviendo por largo rato hasta que la vi. Ella vestía de la singular forma en que me gusta ver a una mujer. Ya había visto a M vestida parecida alguna vez, pero, ella, M2, era un cuadro pintado a voluntad por mi subconsciente. Hasta ahora pienso que yo mismo le puse todas esas multicolores pulseras hippies en las muñecas y esa alforja Woodstocksera en el hombro.


M2 tiene el cerquillo más sexy que jamás vi. Su cabello olía igual al de mi ex (que también es lesbiana). Su cuerpo era perfecto para mis débiles brazos que tan sólo tienen fuerza para tocar amor. Sus lentes (que, aunque nadie me crea, también parecidos a los de mi ex) eran de un tipo especial para mí, del tipo que me excita mucho al quitarlos de su portadora. Su hermoso cerquillo tapaba sus ojos que nunca vi. Su nariz era un adorno en su cobrizo rostro que tenía unos labios grises que invitaban al beso.

-¿Eres hetero?

No me importó escuchar la misma pregunta por duodécima quinta vez. M2 me estaba hablando. Yo estaba hablándole a M2. M2 es todo lo que un hombre puede querer. M2 es todo lo que una mujer puede querer. M2 es una artista de verdad. No sé, pero: M2 podría ser más artista que yo (cómete esa verdura).

¿Quieres bailar?

¿Sí?

El olor de M2 era natural. Me identifiqué de inmediato con Jean-Baptiste Grenouille y lo comprendí a la perfección. Si mi olfato no hubiera sido dañado todos estos años y ahora fuera como cuando tenía 16 años, también hubiera querido conservar ese olor para toda la eternidad. ¡Moriría por poder guardar el olor de M2 debajo de mi cama y olerlo todos los días al despertarme!

Mi amada nueva amiga señalaba a E como su mejor amiga.

-Ella es mucho mejor dibujante de historietas que yo.

Siempre que conozco a un artista plástico le pregunto si sabe dibujar historietas. Cuando cursaba la primaria me di cuenta que nunca tendría ese talento. Cada que conozco a un artista plástico le pregunto si podría ser mi Robert Crumb.

-¿A qué hora sales de la escuela de arte?

-A las ocho de la noche.

G es muy buen bailarín. Mientras converso con mi amada nueva amiga, él hace un baile desordenadamente perfecto. Casi se puede ver la excitación que sube desde sus pantorrillas hasta sus sienes. La belleza plástica de sus movimientos contrasta con su andrógina vestimenta. Baila con otro hombre a quien sólo le queda admirar lo que sucede frente a él. La energía sexual -que yo nunca tendré al bailar- que él emana al bailar excitaría a cualquier homosexual promedio.

-Eres muy bonita.

-Gracias.

Sonríe mi amada nueva a amiga.


A se pone muy triste cuando le digo que M me encargó decirle que se despedía. A no puede creerlo pero se traga la verdura a regañadientes. A se banca la noticia y sigue tomando esa rara combinación de ron con 7-up que todos los asistentes a esa fallida remembranza de Estudio 54 están bebiendo. Le digo a A algo que el alcohol me hace decir y que ella no puede creer. Se sacude la cabeza como intentando hacer pasar la noticia por su cráneo a la fuerza.

-¿Qué dijiste?

Le vuelvo a repetir lo que le dije porque no se me ocurriría mentirle.

-¿Por qué piensas eso?

-Es lo que percibo

-¿Quién más percibe eso?

-No sé

Me encanta como se viste A. Me encantan sus zapatillas tenis que son tan masculinas como femeninas. Me encantan sus pantalones pitillos, que a ella le quedan a la perfección por tener las piernas aún más flacas que las mías. Me encantan esos sacos con aires setenteros que siempre hace que aprieten su delgado torso. Me encanta que su trasero armonice lúdicamente con sus piernas. Me encanta que no me quede la ropa de una mujer si intentara ponérmela (es muy difícil que alguna prenda femenina no me quede).

Observo bailar a M2 y la invito a bailar. Miro cómo baila A y decido que la invitaré a bailar luego. A se mueve como yo al bailar. A no puede bailar, ella parece creer que lo hace muy bien pero su cuerpo no le obedece. A es una pésima bailarina pero aún así baila mejor que yo. Creo ser el único que ve la belleza plástica en los movimientos de A. A baila tan masculinamente que despierta mi libido.

Hundo mis labios en el plástico para hacer pasar por mi garganta el ron mezclado con 7-up, que tan poco me gusta, mientras veo a mis nuevos amigos besándose entre sí. Al principio pienso que estarían iniciando nuevas relaciones entre sí, entre varones y varones y entre mujeres y mujeres, pero luego me ilumina el entendimiento y me doy cuenta que yo mismo podría haber tenido un ósculo con todos los asistentes y hubiera salido caminando por la puerta como si nada hubiera pasado. En este lugar, las relaciones se construyen y se destruyen tan rápidamente que no puedo dejar de sonreír. A baila tan lésbicamente que no puedo dejar de sonreír.

M2 se sienta en el sofá y una chica se sienta sobre ella. M2 mira el rostro de la chica como esperando que la bese. La chica descubre la glándula mamaria derecha de M2 sin sacarle el corpiño. M2 me mira mientras la chica le besa el cuello. Ya amo a M2.


-¿Tú eres heterosexual?

Me pregunta por segunda vez El Oráculo. Yo asiento.

-No tengo ningún problema contra los heterosexuales, por si acaso.

-Yo tampoco.

M2 no me dice no a nada. Le ofrezco hacerle masajes y ella dice que sí. El gay con el porte más varonil de la casa se cuelga en la laptop cambiando de canción en canción, dejando sólo escuchar 20 segundos de cada una de ellas. Al parecer, el licor ha eliminado casi todo porcentaje de lucidez de su rapada cabeza. Los demás se dan cuenta que ya no quieren escuchar la música nacional que está poniendo y me piden mi USB.

-Daniel, tu USB por favor.

Me dice un chinito muy femenino.

-Se llama Juan Carlos.

Lo corrige mi amada nueva amiga. Yo renazco al saber que recuerda mi nombre.

-Juan Carlos, perdón, préstame tu USB, por favor.

E sigue durmiendo sentada sobre el sofá. Su cuerpo es muy pequeño para resistir el fuerte ron que los demás estaban tomando. M2, que había besado a la chica de negro antes de meterse a un cuarto privado con ella (del cual demoró largo tiempo para salir), ahora se sienta a su lado; vigila que su amiga se encuentre bien.

-Tienes que conectarlo directo al cable del parlante.

-¿No puedo ver las canciones aquí?

El chinito muy femenino señala la pantalla de la laptop.

-No. Ese formato necesita un programa que esta laptop no tiene. Conéctalo al cable del parlante.

El chinito mira la pantalla sin comprender una palabra de lo que le estoy diciendo.

-¡¡¡Hazle caso al straight!!!

El Oráculo grita tan fuerte que casi no puedo contener la risa. Conecto el aparato y suena la música. Todos bailan. Es Lovefool de The Cardigans.

Bailo con M2. La tomo de la cintura. Ella suelta sus brazos sobre sus caderas y se mueve muy sensualmente. Yo le tomo los lados laterales de la panza con las dos manos. Suena Master and Servants de Depeche Mode. Ya no recuerdo cómo llegó a la conversación “el cuarto oscuro”.

-¿Es oscuro ese cuarto?

-No, pero, así le dicen.

-¿Quieres ir al cuarto oscuro?

-¿Tu quieres?

Me pregunta M2 con una voz provocativamente femenina.

-Contigo, sí.

-Pero no sé si estará vacío.

-Al diablo el cuarto oscuro.

Rompo la desigualdad de estatura y beso sus grises labios. Saben a juventud y me hacen querer introducirme dentro de su boca. Me siento en el sofá, al lado de una inconsciente E, y ella se sienta encima de mi pelvis. Apoya las nalgas en mis muslos y las rodillas en el sofá. Besa mi boca apasionadamente, tomando con sus manos mi cabeza y moviéndola a voluntad. Puedo probar en su paladar el dulce agrio que la mezcla de ron con 7-up le dejó. Succiona mi lengua hasta hacerme provocar dolor en la eminencia sublingual; supongo que al hacerle lo mismo habrá sentido el mismo dolor. Vuelve a hacerlo y esta vez el dolor me llega hasta el orificio de la glándula submaxilar. A pesar de todo me quiero quedar a vivir en su boca por el resto del año.

Desnudo parte del cuerpo de M2 alzándole las prendas del torso y acaricio su músculo oblicuo externo. Ella sigue besándome apasionadamente, como aquel espartano que besa a su esposa antes de irse acompañando a su rey Leónidas a la batalla de las Termópilas.

Debido a la erección, siento la necesidad de meter el cuerpo de mi amada adentro de mi pecho, o bien meter mi cuerpo dentro del suyo. Acaricio con más lujuria su dorsal ancho mientras su lengua y la mía juegan entre sí. Sostengo con ambas manos sus glúteos mayores y me doy cuenta que M2 se ha convertido en mi Nancy Spungen, en mi Lestat de Lioncourt, en mi Edie Sedgwick: mi amada nueva amiga es realmente mi amada.

Amor sale corriendo al baño. Nada es más rico que este sabor que me dejó su boca. Nada es más bello que este sabor a ron con 7-up que es tan feo.

Los demás deben habernos visto. Los demás juegan y se divierten al borde de la inconsciencia por toda la casa. Todo parecía una suerte de Trainspotting en la que todos estaban drogados en una casa llena de lujuria, en la que la droga no estaba envasada sino regada en todo el ambiente. Comprendí el por qué de la palabra “ambiente” en las discotecas. El ambiente de lujuria era la droga. Yo era un Mark Renton ya cansado de la heroína que se proponía a filosofar acerca de preguntas como: ¿para qué elegir vida? Y ese tipo de cosas raras.


A y yo.

-Quiero que me escuches una cosa.

A me habla y noto que lo hace de distinta manera. Se atraganta con la saliva que produce el lloriqueo mientras me dice que quiere que le escuche decir algo. No sé qué es lo que A va a decirme pero las lágrimas que van a rodar por sus mejillas me dan una idea.

Lo que iba a sentir en adelante se ha convertido en un sentimiento aún indescifrable para mí. La cierta clase de amor que sentí en pasajes anteriores de mi vida resulta muy diferente, tanto que no me serviría para explicar claramente esta otra. En esta parte de la noche sentiría una rara clase de fascinación amorosa, más rara y amorosa que cualquier otra que haya conocido.

-Me llega lo que me dijiste. Yo la amo y no me importa nada más que eso.

A está perdiendo el control de su cuerpo. Se tiene que apoyar en la pared para fortalecer sus piernas. Yo también pierdo un poco de control y la abrazo. Su cabello usa las lágrimas de sus ojos como pegamento para quedarse adherido a su piel. No quiero que A siga llorando.

-Está bien. No llores. Te debilita.

-Está bien. No voy a llorar.

Beso su frente para ver si se calma pero su cara gesticula a una chica pensando en su amor ausente. Uso mis dedos para abrirme paso entre su frondosa cabellera, ordenando cada uno hacia el lado que le corresponde según el manual que me dicta su raya al medio.

-Yo quiero estar con ella para siempre porque la amo.

-Ella también te ama. Y yo también te amo. Las amo a las dos. 

Jamás permitiría que ustedes se separen.

A piensa en lo que digo mirando hacia mi cuello.

-Es más, si se separan, yo vendría desde donde estuviera y las volvería a unir.

A me abraza y llora en mi pecho aún más. ¡No es lo que planee! Yo quería que no llorara.

-Yo quiero esa fe que tienen esos… esos…

A llora más fuerte que antes.

-¿Católicos y cristianos?

-Sí, yo quiero tener esa fe… con ella. Pero no la tengo.

-Claro que tienes fe. Todos la tenemos.

-Yo soy atea.

Noto que A no me entiende.

-Quiero decir que todos tenemos fe. Fe en un dios, en un equipo de futbol, en…

-No, yo no tengo fe en ningún equipo de futbol.

El alcohol me nubla un poco pero estoy acostumbrado a pensar aún en situaciones muy adversas.

-Quiero decir que: todos tenemos fe en algo. Tenemos fe en que vamos a vivir 10 años más, o 20, o 30, o 90 años más… o que vamos a vivir lo que nos queda de vida con la persona a la que amamos.

Creo que A entendió.

-Sí.

Descubro más su cabello mojado con sudor para ver su rostro y algunos pelos pegado desordenadamente a su piel. Le doy un beso en la mejilla como enésimo intento para que deje de llorar. Mis labios quedan húmedos. Me sorprendo al darme cuenta de la capacidad que tengo para diferenciar el tipo de sabor que tienen sus lágrimas, su sudor y el ron con 7-up que aún traigo de M2. A se atraganta con sus propias lágrimas y hace ademanes de vomitar. La rara clase de fascinación amorosa de la que escribí antes está ante mis ojos. Mi amiga A es en ese escenario lo más importante en mi vida. Amo a mi A en esa situación, por lo tanto, la amaría en cualquier otra.

Mientras la llevo hacia la habitación para que duerma lucho contra los efectos etílicos para pensar. Ese mismo efecto me hizo decirle algo que tal vez nunca se debe decir a una mujer enamorada. La situación dionisíaca que nos apretó esa noche nos cambió la disciplina por la pasión y la lógica por el instinto. La apariencia y la ilusión se fueron de largo y dejaron paso al realismo brutal.

Ahora A descansa. Se ha tirado sobre el colchón en posición caída, con la cara ligeramente volteada hacia la izquierda para respirar. Temo que no pueda respirar y le hago preguntas antes de irme; ella me contesta moviendo su pulgar en sentido de afirmación. Me despido de ella tocando su mejilla con la palma de mi mano. En ésta ha quedado su sudor y algunos cabellos.

Desde ese día ya no tengo sólo tres cosas que me parecen siempre hermosas, sino que ahora son cuatro: mi buen par de viejas botas que no me duelen, una boxeadora peruana que me tiene loco, el mercado de Magdalena y mi linda A.

2 comentarios:

Amber!! dijo...

BUEnisima historia entretenida
y sales bn en la foto(comentario hueco)

Anónimo dijo...

interesante y muy provocador!